domingo, 26 de octubre de 2014

LOS 50 DE EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA



Por: Harold Alva

Tenía 17 años la primera vez que lo vi. Fue en Trujillo, me lo presentó Juan Paredes Carbonell, su antiguo compañero del Grupo Trilce, mi profesor de Lengua II en la facultad de derecho de la UPAO. 

Recuerdo que el Salón Consistorial de la Municipalidad estaba lleno, adentro ya no cabía ni un alma, había gente en los pasillos, en las gradas, en las afueras, daba la impresión de que se trataba de un político, pero no, no se trataba de un político, era el novelista Eduardo González Viaña quien como un político estaba frente a todos pronunciando un conmovedor discurso sobre el porqué de su dedicación a la literatura: “Tengo dos profesiones: una para vivir y otra para soñar, me siento cómodo con la que me convoca para Ustedes, me siento cómodo con esta profesión que me permite vivir para soñar”, se quedó en silencio y de pronto el aplauso estrepitoso de todos los asistentes. 

“Reconozco a Santiago Aguilar, mi hermano, reconozco a Juan, a Manlio, y me dan ganas de romper el protocolo y abrazarlos, pero para qué está hecho el protocolo, porqué me voy a quedar con las ganas de abrazar a mis hermanos, Santiago, Juan, Manlio –caminó hacia ellos-, gracias por estar aquí” y los abrazó emocionado, y lo abrazaron emocionados, y todos volvimos a aplaudir emocionados. 

Ése era el escritor, el hombre, el amigo que destruía el protocolo para sentir el abrazo fraterno de quienes iniciaron con él la travesía hace más de cuarenta años. “Por eso lo quieren”, se escuchó un murmullo, y sí, por eso lo queremos. 

Cómo no valorar ese gesto noble de un hombre que goza de todos los reconocimientos en nivel continental, con una obra que está cada día posicionándose en EEUU, en Europa, en América Latina, y que no ha perdido la humildad de ese muchacho de 17 años que motivado por el sueño de ser escritor se unió al grupo que nucleó el maestro Teodoro Rivero Ayllón en ese Trujillo post Grupo Norte, testigo y casa de varios de los Poetas del Pueblo; cómo no querer y respetar a ese señor que con la misma inquietud del jovencito de Pacasmayo escribe para abrazar a sus amigos.

Lo volví a ver en Lima el 2003 cuando hice el proyecto editorial Perú Lee y con Espinoza fuimos a reunirnos en su casa para invitarlo a que nos apoye con un libro para esa colección en la que cada título se vendería a un Nuevo Sol. 

“¿Cuánto me pagarán por mis derechos?”, preguntó, “el 10% de la edición”, le respondimos. “Y a cuánto venderán cada libro?” Volvió a preguntar. “A un nuevo sol”, respondimos. “Muy bien, entonces no tengo derecho a cobrarles el 10% de la edición, les cobraré un nuevo sol por los derechos de mi libro”, nos dio un fuerte apretón de manos y nos entregó otra lección de desprendimiento por la literatura. 

Le editamos LA MUERTE SE CONFIESA. 

Después volvimos a reunirnos el 2006, previa llamada desde Oregón, cuando me pregunto si podía editarle EL CORRIDO DE DANTE.

Eduardo llegó a Lima un mes después y viajamos a Trujillo para clausurar la Feria Internacional del Libro, su presentación cerró la feria y, nuevamente, fui testigo de cómo el auditorio más grande del recinto (mil personas) estaba otra vez lleno para escuchar a ese escritor de oratoria de político.

Eduardo González Viaña con su mamá y hermanas.

Tal vez Eduardo no se ha dado cuenta que su confianza hacia mi trabajo como editor ha sido importante para que yo emprenda proyectos mayores, el hecho que a mis 24 años me haya entregado los derechos de su libro de cuentos, que a mis 27 me haya permitido editar EL CORRIDO DE DANTE, la novela más desgarradora sobre los migrantes en los EEUU, y que después, a mis 29 me haya permitido volver a publicarle un tercer libro: EL AMOR DE CARMELA, me blindó de esa seguridad que los hombres que nos dedicamos a la edición, necesitamos para persistir, porque la persistencia funciona cuando sabemos que hay un norte, cuando sentimos que contamos con el respaldo de nuestros autores y Eduardo González Viaña ha sido un autor fundamental para que yo me haya atrevido a iniciar empresas en las que el temor al riesgo se haya disipado por el solo hecho de la fe y de la convicción de que la nuestra es también una profesión para los sueños.

Sin proponérmelo, me he convertido en un editor de escritores nómades, en un editor que sin marcar alguna característica de autor, tenga un sello en el que la mayoría de sus escritores son peruanos que viven desplazándose por el mundo: Jorge Nájar (El Alucinado y El árbol de Sodoma), José Rosas Ribeyro (No recomendado para señoritas), ambos radicados en Paris; Óscar Málaga (La ópera de Dulce Diamante), que vive en Nueva Zelanda; Miguel Ángel Zapata (Imágenes los juegos), el poeta que vive en Nueva York; Juan Morillo Ganoza (La casa vieja), en Pekín; Roger Santivañez (Santísima Trinidad) radicado en Filadelfia y el propio Eduardo que escribe sobre sobre los latinos, con residencia en Oregón.

Por eso cuando me percaté que este 2014 se cumplían cincuenta años de la edición de LOS PECES MUERTOS, su primer libro de cuentos, no dudé en embarcarme en lo que será la celebración de sus bodas de oro con la literatura, un matrimonio ininterrumpido en el que el autor de La Libertad nos ha demostrado que sí es posible vivir sin claudicar frente a lo que nos apasiona como creadores. 

Una vez más debo confesarle mi gratitud por haberme confiado para esta celebración la publicación de dos de sus más celebradas novelas: SARITA COLONIA VIENE VOLANDO, ese clásico de nuestra literatura gracias al que muchos aprendimos a conocerlo; DON TUNO, EL SEÑOR DE LOS CUERPOS ASTRALES,  ese enigmático documento en el que el autor de Vallejo en los infiernos nos hace un recorrido por ese otro Perú de tradiciones ancestrales en el que la cultura occidental se reduce a un mecanismo de colonización cultural del que debemos liberarnos para entender la plenitud del universo. Y un tercer libro, de cuentos, LOS PECES Y LA VIDA, en el que Eduardo le rinde sus respetos a esa primera colección que fue creciendo a lo largo de su carrera con magistrales relatos como Batalla de Felipe en casa de Palomas, La mujer de la frontera, Siete noches en Californa o Santa Bárbara navega hacia Miami.

Publicarte es un honor, querido Eduardo. 

Considero que la mejor forma de celebrarte estos cincuenta es publicando tu obra, entregándosela a tus nuevos lectores, a esa generación que como yo a mis 17, necesita de lecciones como las que tú, humildemente, nos has venido enseñando a lo largo de todos estos años.

Ya suena la campana, la cita es a las siete.  


miércoles, 15 de octubre de 2014

UNA ELECCIÓN CANALLA

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Harold Alva
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Las últimas elecciones nos dejan el sinsabor de la derrota. No asimilamos aún cómo un tipo como Luis Castañeda Lossio haya ganado la alcaldía  en nuestra capital, no procesamos cómo es que un sujeto como Gregorio Santos haya obtenido abrumadoramente la presidencia de la región Cajamarca, no entendemos cómo Acuña Peralta siga consolidándose en La Libertad o cómo es posible que Elidio Espinoza sea el nuevo alcalde de Trujillo y con ellos las nuevas “autoridades” de Ancash u otras ciudades donde los representantes de la corrupción han sido legitimados como líderes. En Lima fue la propia Susana Villarán quien se esmeró en dispararse contra los pies para retornarle el sillón a Castañeda, a la población no le importó “la honestidad”, la población votó por “obras”, se cansó de la incapacidad de Villarán y no le importó COMUNICORE, las denuncias o el mutismo del rapaz socio de García, la población votó por la efectividad y el suyo fue un voto práctico, amoral, canalla. Fue un voto canalla porque al elegir a Castañeda le otorgó legitimidad al crimen organizado; los electores que exigen seguridad hicieron mal al entregarle el municipio a un hombre con tantos procesos irresueltos, le ha dado luz verde a la delincuencia, al robo, la población le ha dado luz verde a la barbarie y en La Libertad se ha cometido un crimen de lesa cultura ¿Cómo es posible que en la tierra del Grupo Norte haya resultado victorioso ese liliputiense que se jacta de no leer y que soberbiamente declaraba antes de las elecciones que lo quieran o no él ganaba sí o sí? No se equivocó, Acuña Peralta le ganó la presidencia de la región al dinosaurio aprista y, esa población no contenta con el crimen de lesa cultura, “por su seguridad” puso como alcalde a Elidio Espinoza, el sindicado líder del escuadrón de la muerte, un justiciero para algunos o un forajido que le cobraba cupos a los criminales, para otros. Cajamarca hizo suyo el sonsonete de “la víctima” y consolidó a Gregorio Santos como el hombre que necesita esa región para que la defienda del hambre de quienes pretenden expropiarle el oro. A los cajamarquinos no les importó las pruebas que pesan en su contra, no les importó los vouchers de depósitos entregados a Santos, no les importó la camioneta que le entregó Wilson Vallejos, el hombre de las licitaciones; los cajamarquinos se ajustaron la venda sobre los ojos y votaron dogmáticamente. Lamentable porque con un Arana que pudo revertir esa sensación de impunidad, el mismo ex sacerdote se sumó al discurso que victimizó al cuestionado líder de izquierda.
            ¿Qué hacer para revertir esta situación? ¿Cómo evitar otra elección canalla? Considero que los responsables de lo que suceda en el futuro somos nosotros y seguiremos en descenso mientras no tomemos consciencia de lo que hemos hecho. Es preciso entonces detenernos y hacer un examen de consciencia, preguntarnos porqué fallamos, por qué no nos involucramos en las tareas importantes, porqué esta involución, porqué dejamos que sean otros quienes elijan por nosotros, porqué permitimos que las encuestadores apuntalen liderazgos que no tienen nada que ver con lo que necesitamos. Detengámonos un momento en nosotros mismos. Mirémonos adentro. El problema cruza por una crisis de valores, de moral, esto que sufrimos pasa porque nos hemos acostumbrado a convivir en el irrespeto, en la ausencia de cumplir con la palabra, esto que sufrimos pasa porque como individuos no hemos aprendido a respetarnos entre nosotros mismos, vivimos acostumbrados a la zancadilla, a las coimas en niveles macro y micro, a las coimas en las licitaciones cuando pretendemos venderle al Estado o a los sobornos cuando le rompemos la mano al policía para que no nos ponga una papeleta, y creemos que todo esto es normal, y seguimos hundiéndonos, y seguimos tranquilos como si este fuese el modus operandi de la gente con principios y claro que no, por supuesto que no, todo lo que nos sucede en la política, en la economía, en la cultura, todas nuestras crisis responden a que nosotros como individuos estamos deformados y no queremos reconocerlo, no es nuestra intención reconocernos. Todos los días salimos y antes de salir nos miramos al espejo y vemos a un hombre normal o a una mujer normal y retornamos a nuestros hábitos, y volvemos a la rutina, y de nuevo se suceden las zancadillas, el maleteo contra el otro, las vociferaciones, el rumor con el que nos atacamos, y seguimos enfermos.  Y seguimos infectándonos.
            Necesitamos detenernos como individuos. Necesitamos hacer un imperativo acto de consciencia. Necesitamos ser leales con nosotros mismos ¿Nos equivocamos? Sí, nos equivocamos, dejemos el miedo, la cobardía y asumamos que nos hemos equivocado, quitémonos este manto de desdicha y pensemos en el porvenir, trabajemos por empezar a mirarnos como ciudadanos sin manchas en los ojos, sin niebla en la distancia que nos separa de los otros y caminemos hacia adelante. Nuestro país no merece estas autoridades, nosotros no merecemos esto. Vamos a cumplir doscientos años de independencia política y no es tarde aún para volver a nosotros como individuos porque la enfermedad radica en cada uno de nosotros, yo cambio para ser un mejor hombre y con eso ayudo a que mi familia cambie, mi familia cambia y con ella cambia el vecindario y con el vecindario mi distrito y, así, empieza la verdadera cadena por el cambio.
            Empecemos por reconciliarnos con nosotros mismos.
            Evitemos otra elección canalla. 

domingo, 13 de julio de 2014

GUSTAVO VALCÁRCEL CARNERO más allá de la luna roja

Harold Alva, Gustavo Valcárcel Carnero, Luis Miguel Cangalaya, MJM, julio de 2014 
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Escribe: Harold Alva

GUSTAVO VALCÁRCEL CARNERO, EL FUNCIONARIO PÚBLICO
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El 2003 desarrollé un proyecto editorial que no ha vuelto a repetirse: la colección de literatura PERÚ LEE, que consistió en la publicación de 20 obras de escritores peruanos (el valor de cada título fue Un Nuevo Sol). No tuvimos patrocinio de ninguna entidad del estado (ni del ministerio de educación, ni del instituto nacional de cultura, disfrazado después como ministerio, ni de esa entidad que hasta la fecha me pregunto qué hace por la democratización de la lectura, apodada PROMOLIBRO) y tampoco contamos con el apoyo de ninguna empresa privada con “responsabilidad social”. Fuimos dos poetas con el tremendo sueño de acercarnos a lo que en su momento realizó Manuel Scorza con los famosos populibros y Barrantes Lingán con los munilibros. Estábamos cargados de esa mística que estoy seguro ambos, aún, no hemos perdido. Sin embargo, poner en la calle a disposición de la gente aquellos libros pasaba por estar legalmente en las calles.
Fui a la municipalidad de Lima a solicitar el permiso para instalar una feria popular en la alameda Chabuca Granda; Edwin Ugaz, el joven director de Centro Histórico me dijo que se trataba de algo interesante pero lamentablemente él tenía prohibido otorgar permisos para instalar ese tipo de ferias dentro del centro histórico de Lima, pero que intente con el director de comercio informal; solicité una cita con el director de comercio informal y le expuse de qué se trataba nuestro proyecto, con el mismo tono amable de Edwin Ugaz, el director de comercio informal me dijo que lamentaba no estar autorizado para otorgarme ese permiso pero que intente con su superior: el director de comercialización. Fui a buscar al director metropolitano de comercialización, para esto había pasado más de un mes en gestiones. El director de comercialización me recibió en su oficina. “Buenos días, siéntese, dígame”, yo le expliqué sobre la colección y sobre el espíritu que nos motivó realizarla, le expuse uno a uno quiénes eran los autores elegidos, el formato de los libros, el precio, nuestra estrategia de venderlos en alguna plaza pública, la participación de los escritores firmando libros, no cobrándonos regalías sino apenas una cantidad simbólica de libros con tal de ayudarnos para que se materialice; de pronto observé al director de comercialización y su gesto había cambiado del serio pero amable funcionario a un gesto de hombre conmovido. Me quedé en silencio. “Me permite que le lea un poema”, me dijo, yo me sorprendí. De pronto ese señor alto de quien dependía que nuestros libros estén al alcance de los limeños me pedía leer un poema. “Claro”, respondí, y retorné al silencio.

Yo te recuerdo prisión mientras combato
porque los hombres sean libres
porque crezca la paz sobre la tierra
porque ya nadie deje trozos de alma
agonizando entre tus piedras.

Poeta Gustavo Valcárcel

“Es el poema Celda ¿sabe de quién es?” “No”, le respondí. “Es de Gustavo Valcárcel, mi padre. Está prohibido otorgar permisos para ferias en el centro histórico de Lima, sin embargo yo crecí con un padre que escribió poesía y ensayo toda su vida y con una madre que estuvo a su costado luchando para que la cultura esté al alcance de los pueblos, no otorgarle el permiso que Usted me solicita, sería ir contra ellos. Tiene Usted el permiso, así atente contra mi puesto”.
El director de comercialización era el Dr. Gustavo Valcárcel Carnero quien, un mes y medio después, perdió el cargo por haberme otorgado el permiso para que una colección de libros populares esté al alcance de los limeños.
Yo tenía 25 años y entendí que editar libros era una apuesta por la cultura, y la cultura es peligrosa cuando se pone al alcance del pueblo porque significa entregarle un arma para que aprenda a defenderse de aquellos que se burlan de nuestro país, de nosotros, de las instituciones. Y aprendí que en esa lucha los editores no somos los únicos que formamos parte de esa hermosa columna de batalla sino también escritores comprometidos, que los hay, funcionarios comprometidos, que los hay, médicos que no son indolentes, que los hay, obreros, profesores, y abogados honestos, que también los hay.
Por eso, cómo no sentir satisfacción al publicar el primer libro de cuentos de aquel señor que hace once años me leyó conmovido el poema CELDA de su padre, cómo no sentir gratitud con la literatura que me permite este tipo de experiencias con las que continúo aprendiendo y que no dejan de sorprenderme para que persista en este hermoso pero delicado camino.
 
Gustavo Valcárcel Carnero, MPL, 2003
 
GUSTAVO VALCÁRCEL CARNERO, EL ESCRITOR

Un hombre es lo que escribe y es los fantasmas que lo habitan. Esta máxima se aplica bien sobre el trabajo narrativo de Gustavo Valcárcel Carnero.
Una de las cualidades del cuento radica en su capacidad de deslumbramiento, ese ganarse nuestro asombro a lo largo de su estructura.
Nuestro autor se ha valido de su experiencia para reunir, como quien abre o cierra un abanico, tres historias disímiles pero singularmente complementarias. Si Borges decía que son cuatro los grandes temas de la literatura, en CUENTOS DESDE LA LUNA ROJA, identificamos más: la solidaridad como un valor para la convivencia, la esperanza como un sueño del que jamás debemos alejarnos y, con ellos, la otra cara de la moneda, el lado oculto de la luna: la mentira, la lujuria, la ambición, aquellos antivalores que le dan consistencia a cada texto porque humaniza a sus personajes, les da esa vitalidad defectuosa que hace creíble cada historia.
Otro mérito del libro es el cuidado de su lenguaje. El narrador se ha preocupado de cada detalle, la descripción y los diálogos son las técnicas que ha desarrollado con mayor pulcritud, por eso podemos ingresar no solo a los escenarios donde sucede cada acontecimiento, sino al interior de cada personaje, a ese mapa interno que nos devuelve la función psicológica del cuento.
Con CUENTOS DESDE LA LUNA ROJA la literatura nos entrega a un autor que se preocupa no solo con la estructura de su libro sino a un escritor que bien ha valido haya tardado en mostrarse porque con él regresa un creador comprometido, un escritor que estoy seguro llegará con nuevas historias en las que el hombre y su dimensión ontológica será siempre el leit motiv que lo induzca a destruir el blanco de la página, aquí identificamos su compromiso social (El sueño de Angelina), la tensión que cruza su primer texto para reafirmarnos que la motivación no es puramente estética; sino sensorial y sensitiva (Luna de miel) y, por supuesto, el enfrentamiento de la lógica occidental contra la racionalidad de las civilizaciones autóctonas, que desde la acción particular de sus representantes, es real; a contracorriente de quienes la utilizan periféricamente (El brujo de Pichanaqui).
Aquí, el cuento peruano, se revitaliza. Gustavo Valcárcel Carnero ha escrito un libro contundente: con nervios en la historia, con fibra en el lenguaje. 
Vanessa Valcárcel Bello, Lucy Martínez, Gustavo Valcárcel Carnero, 
Sonia Bello, Maruja Valcárcel, Harold Alva y Gonzalo Otero. 
Café Haití, Miraflores, julio 2014. 

martes, 8 de julio de 2014

Diálogo entre Gustavo y Rosina Valcárcel (A propósito del lanzamiento de CUENTOS DESDE LA LUNA ROJA)


César Gustavo Valcárcel Carnero, mi hermano mayor, nació en Lima, el 24 de octubre de 1945. Día que la ONU fue fundada en San Francisco (California) por 51 países, al finalizar la Segunda Guerra Mundial (con la firma de la Carta de las Naciones Unidas). Gustavo, actualmente le da importancia al arte, antes la ciencia lo tenía jaqueado. Es un magnífico fotógrafo ecologista. Su afición y pasión por la narrativa verá sus frutos el jueves 10 de julio, a las 7 de la noche, cuando se realice la presentación de su libro CUENTOS DESDE LA LUNA ROJA, que Summa Editores lanza este año 2014.

R: ¿Qué remembranzas alegres y tristes evocas de la infancia en México?

Remembranzas tristes, sustancialmente no tengo, salvo el dejar ese hermano país (nuestra segunda patria, luego de seis años de destierro de papá), despedida de los amigos y el desprendimiento de nuestro adorado perro “Palomo”.
En cambio, la alegría brota en mis recuerdos con cada pasaje que nos hicieron vivir nuestros padres. El bosque de Chapultepec y su gigante castillo, donde se inmolaron niños cadetes defendiendo su territorio de la invasión francesa. El Club Deportivo Hacienda donde nos bañábamos en pleno invierno. Los viajes a Palo Bolero, a Cuernavaca, Veracruz, las películas infantiles soviéticas que veíamos de vez en cuando, etc. Las reuniones en casa con los “tíos” que queríamos: Luis de la Puente Uceda, Juan Gonzalo Rose, Manuel Scorza, el tío Willy Carnero Hoke, el tío Genaro Carnero Checa con nuestros primos (Genarito y Nuri), Jacobo Hurwitz (y Anita); Teodoro Azpilcueta y familia, etc.; eran reuniones de desterrados para armar la Revolución, leer, platicar, escuchar música criolla con sollozos y expresiones de alegría y soñar con el retorno al Perú Son innumerables los recuerdos que fluyen como cataratas al lado de nuestros padres, incluyendo nuestras “nanas queridas” Matilde y Dolores, que nos dieron su ternura en la compañía y crianza.

R: Cuando eras adolescente te gustaba escuchar música clásica, por ejemplo El Lago de los Cisnes, ¿qué otras piezas fueron de tu agrado y por qué?

En casa papá oía exquisita música, pero no era pedagogo con nosotros; siempre lo veía en un pedestal alto que no podía alcanzar. Pero, quien me empujó al mundo de la música clásica fue nuestro amigo de la adolescencia Enrique Romero Chigne (“Quique”). Con él escuchaba su colección de discos LP de los grandes clásicos universales. Me impresionó excesivamente la potencia de la 5ta. y la 9na; tronaron sus notas en mi caja toráxica. Sinfonías de Ludwing van Beethoven; además de la dulzura de “Para Elisa” y “Claro de luna”. La suavidad de clásicos con Tchaikovsky, Mussorgsky, Rimsky Korsakov, Chopin y otros. Fue mi inicio en la modesta cultura musical que sigo arrastrando, a mi lado más allá del tiempo.
La música imprime dulzura en el alma, te da calma o furor, te aísla del mundano quehacer que te rodea y te transportas a otras latitudes inimaginables. Además, te acondiciona la mente para producir como si estuvieras con la quietud del mar por las mañanas. En la actualidad, acercándome a los 69 años, mi ambiente laboral lo rodeo de clásicos y de música instrumental ligera. En Moscú, siendo estudiante universitario, asistí a varios conciertos y ballets en el Teatro Bolshoi: vi Giselle, El Lago de los Cisnes, La Bella Durmiente y otras obras.

Violeta caminando con su hijo Gustavo
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R: ¿Qué rescatas de tu viaje a Europa del Este, de la universidad Lumumba, de su enseñanza, de tus condiscípulos?

De los extintos países socialistas conocí, aparte de ciudades importantes de la URSS: Polonia, Checoslovaquia, Rumanía y Bulgaria. Dentro de la URSS estuve varias veces en Leningrado, visité Bakú, Moldavia, Sochi, Bielorusia, Ucrania y ciudades menores. El común denominador de ellos fue la solidaridad, la amistad y la ausencia de lacra del capitalismo (robos, prostitución, etc.). No puedo negar que, eventualmente, encontré personas insatisfechas o frustradas, pero no era lo usual. Tampoco les di mayor importancia, pues era tanta mi pasión por el socialismo, que hacía oídos sordos a cualquier “raje”.
Mi universidad fue una de las mejores, pues las exigencias en el estudio eran altas. Quien salía mal en sus notas, lo regresaban a su país. Todos los fines de semana habían controles escritos de cada materia y exámenes los fines de mes. Así que la pasábamos estudiando. Contrariamente a lo que se dice o piensa la gente, el adoctrinamiento no se practicaba, pero –obviamente- sí nos enseñaban historia, geografía y cultura general del país. También teníamos prácticas pre-profesionales. Todo lo subsidió el pueblo ruso.
Mi mayor logro (porque no pude ejercer mi profesión a cabalidad) fue obtener una férrea disciplina en mi formación y, creo, una amplitud de criterio para tomar decisiones. Eso me ha permitido trabajar en disímiles puestos: traductor, jefe de proyectos ambientalistas, funcionario municipal, asesor y consultor en diferentes instituciones del Estado.
De mis amigos no sé nada, y me apena un poco. Cada quien marchó a su país de origen y jamás me carteé con nadie. No había Internet. Pero, sus rostros los llevo guardados en mi espíritu.

R: ¿Qué libros marcaron tu primera juventud?

Definitivamente, la avidez por la aventura, el conocimiento de la naturaleza, me la dieron las obras de Julio Verne y la Teoría de la Evolución de las Especies de Charles Darwin. Ambos escritores marcaron la huella que sigo en vida. Posteriormente, la serie televisiva de Jacques Cousteau me arrimó eternamente hacia el mar y la fascinación del mundo submarino con sus sistemas ecológicos, él dijo: “La felicidad de la abeja y la del delfín es existir. La del hombre es descubrir esto y maravillarse por ello”. Gran frase! Mi vocación ha sido siempre la naturaleza, la ciencia y la investigación. Las novelas de autores rusos. Libros como La Guerra y la Paz, Así se templó el acero. También, el Lobo Estepario de Hermann Hesse: ”Lo que más odiaba era todo lo mediocre, normal y corriente”. El Viejo y el Mar de Ernest Hemingway; las aventuras de Tom Swayer de Mark Twain; Robison Crusoe, la obra más conocida de Daniel Defoe (1719), considerada la primera novela inglesa. Más adelante, del cine extraigo filmes que participaron en mi formación: El Acorazado Potemkin, El 41, Pasaron las Grullas, películas sobre la Gran Guerra Patria (así denominan los rusos a la Segunda Guerra Mundial).

R: Desde hace dos décadas esbozas narraciones, ¿cómo así decidiste armar un libro finalmente?

Vaya, vaya, sí que te gusta rasquetear el alma. Comencé escribiendo un poema dedicado al Che Guevara, cuando el mundo quedó conmocionado con su asesinato: “Los poetas no deben escribir hoy día que han matado al Che/ porque su muerte no es causa de congoja/ Los poetas sí deben escribir esgrimiendo sus fusiles cotidianos…”. El tiempo se encargó de perderlo. Estaba yo en Moscú y desde ese entonces comencé a garabatear hojas en blanco, todas llenas de versos que finalmente iban a su destino: el basurero; pero me ejercitaba en la redacción, corrección y constancia. Cuando viví en Chiclayo se produjo el fenómeno de El Niño de 1982, no tenía trabajo fijo y el tiempo sobraba. Nació la curiosidad de anotar mis anécdotas, que he venido puliendo más de treinta años. Tengo de esa época a “Don José Suclupe”, “La enferma”, “El sueño de Angelina”, “Luna de miel” y “El brujo de Pichanaqui”. Los tres últimos, corregidos, integran mi libro, que saldrá a las calles en estos días, a ver quién se interesa, lo adquiere y lee.
Hace cuatro meses, aproximadamente, me puse a pensar en la vida. Me di cuenta que si no dejaba algo publicado, mi existencia por la Tierra iba a ser efímera Me puse las pilas, hablando en romance criollo, revisé lo que tenía y elegí a los tres cuentos citados. Ahora sí podré pasar a otra dimensión, pero con un libro que podría hacerme durar más de dos generaciones; al menos, así lo anhelo.

R: Tu labor en el Ministerio de Pesquería, ¿cuándo trabajaste en el Proyecto Bayóvar, qué experiencias te dejó?

Tuve a mi cargo a un grupo de 40 científicos, profesionales y técnicos que en 1975 partimos a Piura para ejecutar un proyecto que yo había concebido “Evaluación de la Bahía de Sechura para prevenir la contaminación ambiental”.
Corría el Gobierno Reformista del General EP Juan Velasco Alvarado. Ministro de Pesquería era el General EP Javier Tantaleán Vanini y –luego- el General Guillermo Arbulú Galliani. Entre químicos, oceanógrafos, meteorólogos, biólogos marinos, ingenieros pequeros, analistas de laboratorio, etc., montamos un centro de investigación, pionero en la historia de la evaluación de sistemas ecológicos del Perú. Pudimos cuantificar e identificar a las especies marinas originarias del lugar. Evaluamos las complejas corrientes de la bahía, registramos las condiciones meteorológicas, etc. Se publicaron tres artículos científicos, sentando las bases de cómo se hallaba el lugar antes del boom petroquímico, minero y pesquero de Bayóvar.
Un General infausto, cuyo nombre no deseo mencionar, dio golpe de Estado y a los pocos días nos quedamos sin el nuevo Gobierno, sin trabajo, sin pan, sin explicación alguna. Volvía al Perú el prejuicio anticomunista, con sabor macartista. Al poco tiempo mis compañeros tuvieron que partir a distintos lugares y el sueño, la inversión, quedaron truncas. Eso sí dolió en lo más profundo de mi ser. Sentí que, injustamente, me mutilaron, pues el gran trabajo planificado ambientalista, fue tirado al basurero.

R: ¿Amas la naturaleza de modo singular?

Sí, hermanita. Las especies animales y vegetales, la preservación de los ecosistemas, principalmente el marino, han sido mi pasión por años. Como ya el rigor de los años no me permite tener aventuras en el campo, me conformo y distraigo viendo todas las noches “Animal Planet” y los canales del Discovery, History, Nat Geo; además de los interesantes documentales del Canal 7 del Estado sobre el Perú. Felizmente, en la actualidad estoy conectado vía Inernet (Facebook) con centros de investigación ambiental de quienes recibo información y me mantengo actualizado.

R: ¿La figura paterna-literaria debe ser motivo de inspiración, pero también debe resultar una suerte de carga?

Eres medio brujita, hermana. Debe haber algo en la naturaleza que se transmite a través de los genes, llamado factor hereditario, como gigantes moléculas que pasan a tu torrente sanguíneo y se depositan en celdas dentro del cerebro. Yo debo haber recibido de papá una dosis de esas asombrosas moléculas, porque me apasiona escribir, desde una simple carta versos desentonados hasta relatos y cuanta colección de letras pueda juntar en un párrafo. Pero, te acuerdas que nunca tuve muy buena ortografía y me daba flojera buscar en el diccionario, ese gigantesco “burro” (a decir de papá) que había en casa, de la Real Academia de la Lengua Española. Sí que pesaba el condenado ese. Creo que ha terminado en tu biblioteca.
Un cambio radical y fascinante ha sido la incorporación del diccionario con corrector automático en el procesador de textos “Word”. Si te equivocas aparece un subrayado rojo, verde o celeste, según el tipo de equivocación tengas. Ahora es más fácil escribir y aprender ortografía. Desde ese instante mi dedicación a la escritura literaria se ha incrementado. A veces no sé lo que voy a escribir, pero pongo las yemas de los dedos sobre el teclado y se van solitas, apretando letra por letra para formar palabras, oraciones y párrafos. “¡Mostro!” como dicen los hijos y los queridos nietos.
En cuanto a la “carga” que ha significado la reputación de papá como literato ganador del Premio Nacional de Poesía y los Juegos Flores de San Marcos en 1947; y, después, tu imagen poética y de historiadora han sido (y son) una barrera muy dura de flanquear. Creo que esa es la causa principal por la que no he publicado antes. Razón por la cual me he esmerado en presentar al público un trabajo pulido y revisado. En fin, si no gusta, será porque no soy buen escritor, pero… eso sí, un aficionado apasionado o “un mal escritor sin errores”, (jajaja).
Ya tengo en mente mi siguiente cuento: “¿Quién mató a Blanca Estela Bisett?”. Iniciaré próximamente el trabajo de investigación, esbozo y redacción por fragmentos. Va a ser interesante, de suspenso, en ambiente moderno, que, considero, a más de uno le va a interesar y gustar.

Violeta Carnero y Gustavo Valcárcel
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R: ¿Qué virtudes y limitaciones rememoras de Violeta?

No creo distinguir ninguna limitación en mamá. Ella lo podía todo. Era muy resuelta para ejecutar sus decisiones. En mi memoria sólo he acumulado sus virtudes: Recibir el título honorífico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como Periodista, por su gran contribución en este campo, sin haber terminado sus estudios secundarios. Tenía nobleza, amor inconmensurable, amplia solidaridad con todas las personas. Su sensibilidad y relatos de tristeza no podía aguantarlos, se me exprimían lágrimas de los ojos. Y, fue una persona muy estoica, con principios morales, éticos, políticos y revolucionarios. En suma, una gran luchadora social y musa de la poesía romántica de nuestro padre. Violeta, como ella anunciaba, es inmortal, al menos para mí.

R: ¿”Cuentos desde la luna roja” resulta un proyecto cuyas intenciones devienen un tanto íntimas, algo musicales y un poco extrañas, más que rigurosamente literarios? ¿Por ello, en todos sus matices bebiste del testimonio, de la crónica, de la poesía, de los sueños, del periodismo, y, acaso un poco del ensayo, también? ¿O me equivoco?

¡Carambas!, ahora sí te graduaste de Maga. Tú sabes que jamás he estudiado Literatura. Tampoco, redacción (salvo el efímero curso de Legua Española en Secundaria), ni he asistido a círculos literarios. Por lo tanto, soy un lunar en medio del lado visible de la luna. Mi formación personal es científica y tengo experiencia en administración pública, sobre todo municipal. Me retiré de dos círculos de “escritores” en la Web, porque me puse a corregir ortografía (¡yo corrigiendo ortografía!) y redacción a personas que se vanagloriaban y sentían grandes escritores y se tiraban flores y alabanzas entre sí. Terminé “metiendo la pata” y me retiré. Esa es mi “formación” en este campo, que le voy tomando el gusto poco a poco. He redactado artículos periodísticos de modo autodidacta; he escrito versos y cuentos, sin ser literato; es decir, me estoy metiendo a la piscina sin haber aprendido a nadar bien. Ojalá que no salga maltrecho…
“Cuentos desde la luna roja” es la suma de tres narraciones fantasiosas de episodios que me han sucedido en la vida y las he trasladado a cuentos con personajes mestizos, algo reales, algo inventados. Todas las escenas son creadas sobre la base de ciertas ocurrencias que me han sucedido. Evidentemente no son cuentos 100% puros, nacidos de mi capacidad y conocimientos literarios. No lo tengo, como ya lo confesé. Sin embargo, me esmero en darle identidad a los personajes, veracidad circunstancial a las escenas y organización de una trama que atraiga al lector. Vamos, pues, no recibiré un Premio pero –de repente- algún comentario alentador en algún medio de comunicación. Me interesa que la gente lea mi trabajo y se emocione. A ello apunto.

R: A nivel nacional, ¿con qué autor te sientes más identificado? O con ninguno?

Definitivamente de quien fuera amigos de nuestros padres: Julio Ramón Ribeyro, el maestro del cuento y su técnica. Lo admiro, algo de él he tratado de asimilar. De antaño, Don Ricardo Palma y sus inagotables “Tradiciones Peruanas”. 
La poesía nacional con la que más me identifico es la de César Vallejo, nuestro paradigma. De ahí salto a Gustavo Valcárcel, Gonzalo Rose, César Calvo, Javier Heraud, Arturo Corcuera, Reynaldo Naranjo, Gladys Basagoitia, de las promociones del 50 y 60. Sabemos que en narrativa destacan Eduardo González Viaña, Carlos Calderón Fajardo, Jorge Nájar, Óscar Málaga, por ejemplo. He leído algunos libros suyos recientemente.

Arturo Corcuera, Rosina Valcárcel, Gustavo Valcárcel, Marcos Ana, Violeta Carnero y Winston Orrillo
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R: ¿Qué punto ha sido el más frustrante durante esta experiencia?

No tener dinero para aprender más de nuestro rico idioma y poder seguir escribiendo a dedicación exclusiva. En una sociedad más avanzada el Estado debería subvencionar a quienes se dediquen a la cultura, a la creación artística. Pero, ahora, ni César Vallejo podría vivir de la poesía sin trabajar como ayudante de contaduría. Hay que trabajar durísimo, sacrificar la vida personal, a la familia meterla en las limitaciones económicas hasta (si tienes cierto éxito) ser reconocido por las editoras para que “aflojen” dinero por adelantado. Ahora, dejas tu vocación a un lado para conseguir recursos económicos. Sólo tienes las noches, madrugadas, algo de los sábados y domingo, para dedicar unas horas a lo que te apasiona.

R: ¿Qué aspecto te está dando más alegría?

La satisfacción de haber cumplido con una de mis grandes aspiraciones en la vida: la de publicar un libro en el campo de la literatura. (Tengo en la rama de la ciencia y de la administración municipal). También, la expectativa, y la adelantada respuesta de parabienes de familiares y amigos que recibo vía el Facebook.
Es muy grato sentir el reconocimiento de familiares y amigos. Es saludable. Es una suerte de compensación a la dedicación, sacrificio, atrevimiento y riesgo personal.



martes, 15 de abril de 2014

Ronald Arquíñigo Vidal: ESCRITOR DE ANTEOJOS


Escribe: Jorge Nájar
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En las once historias que componen Cada uno con su infierno (Summa, 2013), Ronald Arquíñigo Vidal (Lima 1982) se enfrenta a la prueba de un invento literario que apuesta por todo o nada: si decae su carácter expectante o falla el desenlace, el invento puede caer en el vacío. Tal es el destino de los cuentos. Tal es el destino de los cuentistas.
En la historia con la que abre estamos en un tugurio limeño. El protagonista es un ser disminuido por el desprecio. Un narrador omnisciente narra su sufrimiento y nos conduce por un turbio acantilado para cobrarse la venganza: ¿de qué?, ¿contra quién? Lo que se apresta a realizar ese pobre diablo hace que el lector se mantenga en vilo, suspendido de la palabra que escarba con minucia y sin piedad en esa conciencia. No tiene ni una gota de grasa. Todo es fibra. En la segunda historia, el escenario se ha trasladado a Buenos Aires. A diferencia de la historia limeña, aquí las calles y los bares tienen nombres propios. Matías acude a una cita con su novia y se encuentra, en una situación equívoca, con el mensaje descubierto entre ceniceros y tazas en la mesa del Bar Suárez. El mensaje está dirigido a alguien cuyas iniciales no corresponden con las de Matías, pero la caligrafía se parece a la de su novia. El esclarecimiento de esa situación es el motor de una historia que avanza imperturbable hacia el meollo de la tragedia.
Más allá de las anécdotas está la música que resuena en cada una de ellas. La música de la prosa narrativa. La música de fondo. A lo largo de todo el conjunto el oído reconocerá esas entonaciones. En unas se oyen los desgarramientos del vals peruano y su preferencia por historias de callejón. En otras, las melancolías del tango. Y en casi todas el trasfondo del jazz. Se trata de un universo en el que se entreteje el mundo de las pasiones rebosantes de furias, odios y rencores que llevan al crimen en la intensa música de la noche. Se levantan ante nuestros ojos verdaderas ruinas de la existencia navegando entre habitaciones sombrías cuyas ventanas dan a jardines ruidosos, barrios degradados por la violencia, embarcaderos, bares, estaciones de trenes abandonadas. No son simples detalles de la anécdota. Es el nervio mismo de estas historias dramáticas. Pero lo que verdaderamente importa en su caso es el ojo y la voz que desde el fondo de esos infiernos, narra, pinta, describe, otorga olores, luces y sombras a la vida cotidiana de una serie de personajes marginales.


A lo largo de todas las historias el lector avanzará dividido entre esos dos mundos, entre esas dos melodías, hasta asistir a la aparición de “el escritor de anteojos”, descrito prácticamente con las características físicas del autor: “un tipo alto y flaco, bastante desaliñado” tal y como aparece en una de las solapas del libro. A partir de ese momento los cuentos ganan en luminosidad, los escenarios son más bien diurnos y sus personajes son escritores, músicos, gente inmersa en el arte, pero aún así, gente abandonada en el camino. Resulta pues tentador afirmar que el autor narra historias muy cercanas, tal vez vividas en sus trajines entre el mundo rioplatense y el universo que germina crece y agoniza en las tres veces coronada villa.
El cuento con el que cierra el volumen es de antología. El escritor de anteojos es presentado por el narrador omnisciente en su nicho ecológico, una habitación dentro de una vivienda urbana colectiva. Se trata de un conventillo en el que cada cuarto es alquilado por hombres solos. Los servicios son comunes para todos los inquilinos. Solitarios que se esquivan unos a otros. Gente ensimismada en sus propias preocupaciones: un escritor poco satisfecho de sus propios proyectos de escritura, un envejecido intérprete de tangos y milongas en su estrecha habitación. Seres anónimos que pasan como sombras por los pasillos y corredores. Allí el escritor recibe la visita de Andrea: “Lo previsible sucedió, pues terminaron haciendo el amor, espiados por la luz anochecida de la calle y anestesiados por la música melancólica del viejo.” Una verdadera delicia de discreción y hasta de solidaridad con ese mundo inundado de melancolía.
Como ya se señaló, las historias de Arquíñigo Vidal arrastran compases del sur, de milongas, de valses y, sobre todo de mucho jazz, de mucha noche, cervezas y whiskys. Y un gran desasosiego. Todo eso, más la minucia de los detalles para retratar tanto el mundo visible como el invisible, termina por plasmar en unos textos cargados de poesía órfica.

Narradores: Ronald Arquíñigo Vidal y Pablo de Santis.

lunes, 14 de abril de 2014

Entrevista a LU CAROLINA, autora de LA BULLA Y EL SILENCIO.


"Con este cuento quiero lograr que los niños enriquezcan su imaginación, fortalezcan sus valores y tengan libertad para crear, 
para que imaginen" (Lu Carolina)


El año pasado Summa editó LA BULLA Y EL SILENCIO, la ópera prima de Lu Carolina, la joven escritora que ha asumido muy en serio el oficio de narrar para incentivar en los niños el hábito de la lectura. Lu escribe poesía, hace cuentacuentos, es docente de educación primaria y tiene dos novelas que ya está corrigiendo. Les dejo esta entrevista que les ayudará a conocer más sobre la novel narradora. 

Por: Harold Alva

¿Desde cuándo escribes?

Escribo desde que estaba en la secundaria. Comencé a escribir porque cuando era adolescente me era muy difícil expresarme y decir lo que sentía o pensaba, a diferencia de ahora que sucede todo lo contrario. En esa época un lapicero y un cuaderno eran mis mejores aliados para manifestar mis sentimientos o emociones. Me costaba mucho hablar y prefería mil veces escribir cartas o simples escritos entre poemas, cuentos o breves relatos que hasta la fecha conservo.

¿Te sientes cómoda con el cuento, por qué lo elegiste?

Mucho, fue en realidad uno de los primeros cuentos que escribí en el 2010 cuando empecé a trabajar en el colegio donde laboro actualmente, Innova Schools. Lo elegí porque año tras año lo contaba a cada grupo de niños que tenía a mi cargo, para ser específica, segundo grado de primaria y veía que causaba un gran efecto en ellos: Empezaban a “hacer silencio” y aprendían a escuchar atentos las clases. Ese en realidad fue el objetivo del cuento, que en primera instancia sólo estuvo en mi cabeza por tres años y recién el año pasado decidí redactarlo y  publicarlo.

La bulla y el silencio, es un cuento para niños, para muchos es complicado trabajar textos para niños porque presupone otro tipo de sensibilidad, quizá inocencia ¿cuánto tiempo te demandó trabajar esa historia?

Sí es un cuento para niños desde el nivel Inicial hasta segundo grado de primaria o incluso hasta tercero. La verdad es que para mí no es nada complicado escribir cuentos para público infantil, para ser franca me encanta hacerlo, las ideas surgen en mi cabeza con tan sólo escuchar una palabra, empezar a imaginar un ambiente determinado o tener la necesidad de crear un cuento en el momento de  hacer mi clase con un tema específico. Muchas veces creo cuentos hasta para el área de matemática en tan sólo minutos cuando dicto mi clase.
Concebir ese cuento me tomó unos minutos y redactarlo menos de una hora. Con respecto a la sensibilidad para escribir, sí soy alguien bastante sensible aunque a simple vista no se note, llevó una niña interior como todo adulto, creo, que le encanta revivir momentos de juego, risa, canciones y viajar muchas veces por el país de la fantasía, como dice la canción de Roberto Gómez Bolaños en unos de sus programas.
A esto le agrego que tuve una infancia muy linda con momentos inolvidables, sobre todo en las noches cuando mi papá me contaba cuentos de terror para dormir y mi mamá cuentos de hadas e incluso mis tíos lo hacían pero, la verdad, nunca llegaba a dormirme, ellos se dormían y yo tenía que despertarlos para que me cuenten el final de los cuentos a pesar de que ya los sabía.



¿Cómo seleccionaste tus personajes, por qué quisiste darle vida a esa polaridad y no sólo juntarla sino interrelacionarla?

Más que seleccionarlos, me vi en la necesidad de hacerlo porque, como te dije, suelo mucho crear cuentos en el momento que los necesito, además todo docente siempre va a estar en contacto con la bulla y el silencio en sus clases y muchas veces vamos a necesitar del silencio más que la bulla. Ese día me presenté ante los niños y necesitaba su atención y al ver que hacían bulla, se me ocurrió el cuento en unos minutos, donde el silencio gana al final. Y viendo el punto de la polaridad y tomándolo desde un aspecto más personal, creo que nada existiría si no hubiera contradicción o contraposición, cada polo es importante y en mi cuento ambos lo son, ambos aprenden.

¿Hacia dónde crees que nos lleva la literatura, o hacia dónde quieres que te lleve a ti, o hacia dónde quieres tú llevarla?

Nos lleva a un mundo mágico de expresión, emoción, sensación y contradicción, creo que toda persona que escribe viaja por diferentes lugares que quizá no existan en la vida real. Cada vez que escribo me transporto.
Por otro lado considero que la literatura infantil es un mundo abierto para cada niño, un mundo que no podemos imponer a que lo visiten, sino invitarlos a conocerlo. Con este cuento quiero lograr que los niños enriquezcan su imaginación, fortalezcan sus valores y tengan libertad para crear, para que imaginen.

¿Qué te deja la escritura?

Deja un sabor delicioso entre mis dedos. Publicar mi primer libro ha sido realizar un sueño que ha permitido que me crezcan las alas y aumente esta sensación por seguir escribiendo y concebir otros proyectos literarios.

¿Cuál es tu próximo proyecto? ¿Hay un próximo proyecto?

Sí, tengo muchos proyectos, el que se viene será una novela para niños un poco más grandes. Se llamará “Mi mamá es una bruja” y aunque el título suene bastante fuerte, tratará de los poderes mágicos que tienen todas las madres que representan a una bruja buena que con sus hechizos permiten que sus hijos las admiren y las amen. En realidad me inspiré en mi madre para escribirla porque la considero mi modelo a seguir al igual que mi padre al que también próximamente dedicaré otra novela titulada “Mi papá es un sapo”.

Otro de los proyectos que tengo en mente es escribir la continuación de “La Bulla y El Silencio” y publicar un libro de cuentos exclusivamente para docentes y finalmente desarrollar mi  faceta de “cuentacuentos”.

Con el editor de Summa, en la presentación de LA BULLA Y EL SILENCIO. 

lunes, 7 de abril de 2014

“Para ser poeta, hay que haber vivido en el infierno”: reseña de libro “Vallejo en los infiernos” de Eduardo González Viaña


Escribe: Blanca Estela Bisset

Una de las pocas cosas buenas que tiene este fenómeno nuestro de la globalización, es que podemos acceder a mundos que antes nos estaban vedados, a personas distantes, a culturas antes inaccesibles. Así, pues, por mi parte abuso de este beneficio y disfruto del errático descubrimiento de libros, autores, experiencias, sensaciones, casi todas virtuales, pero no por eso menos ciertas y presentes. Hace apenas un día llegó a mis manos este libro épico, monumental, asombroso. “Vallejo en los infiernos” Una biografia casi novelada del amado poeta ausente, aquel que se nos murió en París, un jueves de aguacero. Antes de ésta, leí con avidez y gratitud, dos biografías, una de Espejo Asturrizaga y otra de Córdoba. Ambas eran un encomiable intento, pero desde mi humilde opinión, faltó la perspectiva del tiempo y la cercanía afectiva de ambos con el poeta, restó rigor objetivo a sus escritos. 
Hasta que llegamos a esta ambiciosa empresa del escritor Gonzalez Viaña. La primera cosa que debe decirse sobre la obra es que no permite respiro. Tal vez sea el poeta, quien atrapa, o el biógrafo, pero desde que se abre la incitante cubierta con el aliento contenido, no se puede sino llegar hasta la última letra; y llorar, de gratitud, de admiración, del bendito estado de gracia que producen las obras maestras. Escribo esta poca cosa, insomne, hambrienta y agotada, pero con el inmenso gozo de haber penetrado un arcano.


Vallejo fue encarcelado en Trujillo bajo la acusación de haber participado en un oscuro pero sangriento incidente ocurrido en su localidad natal de Santiago de Chuco. Las circunstancias que rodearon el suceso (Vallejo había pronunciado allí unos días antes una conferencia en la que defendió apasionadamente a los campesinos pobres y atacó con idéntica pasión a las instituciones que permitían impunemente los abusos a los poderosos), o las razones que adujeron las autoridades para acusar y encarcelar al poeta nunca quedaron del todo claras. Aunque también es posible que tales razones carecieran de importancia y lo único relevante fuera que Vallejo se había creado unos enemigos muy poderosos y capaces de recurrir a la compra de jueces y testigos o a un monumental fraude procesal.
El propio director de la prisión, impresionado por el aspecto del preso que acaban de poner bajo su custodia se asombra del poder y la mala fe de unos enemigos que además de encarcelarlo han presionado para que sea llevado al ala más peligrosa y temida de la prisión, al infierno. El término guarda analogía con el misticismo omnipresente en la obra del poeta, y sus antecedentes de aspirante a clérigo. Para nada es casual esa elección. González Viaña – casi camarada del poeta en su calvario – elije la expresión dantesca, sólo después de haber sopesado cuidadosamente la dimensión de su significado.
Gracias a una campaña popular que puso en pie de guerra a los sectores más combativos del país, las autoridades no se atrevieron a mantener en tan espantosas condiciones a su preso más conocido y en marzo de 1921 (es decir, más de cien días después de su ingreso en prisión) aceptaron concederle una suerte de libertad condicional que no le exoneró de las acusaciones, pues la idea era seguir más adelante la causa judicial abierta contra él.


Ese es el comienzo del exilio parisino de Vallejo, que alternará con residencias temporarias en España. Nunca más pudo regresar a su país, tal como lo profetizó en su “Piedra negra, sobre piedra blanca””. Las algo más de quinientas páginas se leen con avidez sedienta. Ahí está presente el poeta en su pequeña vida cotidiana. Produce la extraña sensación de que González Viaña formó parte de esa familia torturada y heroica; que estuvo ahí, aliviando penas, enjugando llantos. Hermano de César en la cárcel de Trujillo. Mi segunda conclusión, es que luego de la lectura de “Vallejo en los infiernos” debo releer toda la obra vallejiana. No serán los mismos ojos, quienes lean “Trilce”, ahora que lo sé todo. Ahora que el poeta me abrió su alma atormentada, y que yo también – de algún modo – descendí con él a ese abismo. Nuevos serán también sentimientos y sensaciones al leer “Poemas humanos” o “La cena miserable”.
Para la última de mis conclusiones, invocaré a un notable. Dijo alguna vez, León Tolstoi: “Siento que no debo escribir, cada vez que veo a otros, hacerlo mejor de lo que yo pueda quizá hacerlo nunca”. Y es que me deslumbra la prosa elegante y a la vez coloquial, asequible, pero erudita. El señor González Viaña - me temo – ha desalentado para siempre mis pretensiones de escritora. Destino será el mío, de seguir leyendo, sus obras y las otras que me lleguen.
Vallejo es y será por siempre mi preferido. Por la intensa sensibilidad que trasuntan sus poemas, por la fuerza expresiva de su palabra, tremolando cual bandera. Porque es un símbolo, no del Perú, ni tan siquiera de la América Latina. Es emblema de una humanidad que no se resigna, combativa, comprometida, heroica. Esta obra sobre su vida, es tal vez el más digno homenaje que se haya hecho a su epopeya. Feliz de mí, de haber podido ser testigo. 
Gracias Eduardo González Viaña por “Vallejo en los infiernos”, gracias Perú, por César Abraham Vallejo Mendoza.