Su primer libro: “Noche infiel”, capturó la
atención de quienes ya veníamos escribiendo en los noventa. Una portada oscura
con la silueta de una mujer en la ventana nos sugirió que estábamos frente a
una mujer para quien el atrevimiento era parte de su vida. Claudia Pacheco
tenía diecinueve años. La primera imagen que tengo de ella es en la Plaza de
Armas; su cabellera corta, en jean, medio hippie, el maletín con pinceles en
una de sus manos y, en la otra, el estuche de su guitarra. Estudiaba en Bellas
Artes, escribía poesía y, con Rafael Mercado, fundaron “Noise”, el dúo de
música electrónica. Después le perdí la pista. Los vertiginosos noventa
segregaron a una generación que supo resistir aferrándose a su lado más
salvaje: el arte. El nuevo siglo se encargó de reunirnos a muchos. El internet,
el famoso Messenger de inicios del dos mil fue el culpable de la reintegración
de aquellos que suponíamos los vestigios de una década que casi nos vence.
Claudia Pacheco había continuado con su búsqueda, recorrió el mundo, conoció
otras culturas, aprendió algo que no habríamos vislumbrado: magia. Se convirtió
en la única mujer ilusionista de Latinoamérica inscrita en la “International
Brotherhood of Magicians” y continuó escribiendo. Tenía otro libro: “Love my
way”, en la portada la reconocemos a ella al volante reflejada en el
retrovisor, un conjunto de poemas que marcó su retorno a la primera Claudia:
“No puedo describir con exactitud lo que me rodeaba / lo sórdido y perverso lo
ocupaban todo / lo apacible e ingenuo no cabían más en el contexto”, pero con
la precisión de quien continúa enfrentándose a un mundo perverso. La poeta se
atreve y “atreverse ya es conquistar un lugar en el paraíso de la belleza”,
afirmó Roger Santiváñez. Yo lo suscribo.