Lo primero que escuché de Tarja fue su interpretación de “El
fantasma de la ópera”, cuando era vocalista de Nightwish, la banda finlandesa
de donde, después de nueve años de ascendente carrera en la escena del power
metal mundial, fue expulsada el 2005. Su impactante voz hizo que investigue
sobre su registro más que sobre la historia de la banda. Ella fue quien les
marcó la pauta, ella fue la estrella; paradójica virtud que determinó la
extraña decisión de Tuomas Holopainen por entregarle una sombra a su carrera
con la desatinada expulsión. “Tenía aires de diva”, declaró. Argumento que
pierde piso cada vez que la soprano se pone en contacto con su público. Tarja
Turunem nació en Kitee, en 1977. Después de grabar seis discos con Nightwish,
inició su carrera como solista. Es soprano, compositora y pianista. La diosa
del metal ha hecho del rock una invitación a lo gótico que captura
especialmente a quienes invadidos por el arte, nos trasladamos a escenarios
disímiles en los que podemos liberar los demonios a quienes hemos aprendido a
observar en silencio cuando escuchamos el crepitar de una garganta que sacude
como el filo de la conmovedora y oscura voz de la sirena de Finlandia. Su
dimensión en la escena de la música, alcanza territorios inéditos gracias a su
rompimiento con lo que conocemos como power metal. Su mezcla del heavy
tradicional con particularidades escolásticas hace de su propuesta una
vertiente en la que lo melódico triunfa con ventaja sobre esa agresividad con
la que dosifica cada una de sus interpretaciones, va más allá del thrash. Su
aporte es precisamente esa tensión que la eleva y la independiza lo suficiente
como para dejar de esquematizarla cual representante de un subgénero. Tarja
Turunem se independiza como tendencia: ella ha fundado su propia tendencia.