miércoles, 2 de diciembre de 2015

Santiváñez, el sobreviviente


Roger Santiváñez es el único escritor que ha sido protagonista de lo acontecido durante los últimos cuarenta años de poesía. Su inicio en Piura, su posterior arribo a Lima, la urbe salvaje, la bestia a la que se enfrentó con los Hora Zero, con La Sagrada Familia, con el rock subterráneo que dinamitó la ciudad a inicios de los ochenta, con Kloaca, el movimiento que fundó con Domingo de Ramos en el que participó Mariela Dreyfus, Polanco, y otros intensos artistas que marcaron la década, sobrevivió a los noventa, a los lumpenescos noventa. Una de sus acciones de rechazo al sistema fue detenerse al centro de la Plaza San Martín para cortarse las manos sujetando la bandera. Vivió en los sótanos de la perdición, en la selva agreste de los alucinógenos, de la decadencia como contrasentido de afirmación a los que cruzó como un balido aferrándose a la noche, aferrándose a ese amor que acaso lo detuvo para que no siga exponiendo la vida. Y escribió, escribió siempre: “Antes de la muerte” (1979), “Homenaje para iniciados” (1984), “El chico que se declaraba con la mirada” (1988), “Symbol” (1991), “Cor Cordium” (1995), “Santa María” (2001), son una serie de documentos que lo confirman como uno de nuestros poetas de mayor proyección y trayectoria. Pero Santiváñez necesitó más y experimentó con la narrativa, publicó “El corazón zanahoria”, un texto sobre sus primeros años en un barrio del norte y “Santísima trinidad”, nouvelle donde el descubrimiento de la sexualidad es un pretexto para retornarnos a la urbe y a su pasión por escribir sobre los tejados, sobre las sucias ventanas de las zonas marginales donde no se admite otra sombra que no sea el reflejo de la violencia, su insípida ternura, y la memoria, su memoria como la victoria de un sobreviviente.