lunes, 26 de julio de 2010

Los 7 de ALTAZOR

Ernesto Carlín (Perú), Miguel Antonio Chávez (Ecuador), Juan Ramírez Biedermann (Paraguay),
Claudia Apablaza (Chile), Pedro Peña (Uruguay), Jorge Enrique Lage (Cuba),
Oliverio Coelho (Argentina).

De pie: Miguel Antonio Chávez (Ecuador), Juan Ramírez Biedermann (Paraguay),
Ernesto Carlín (Perú), Pedro Peña (Uruguay).
Sentados: Willy del Pozo (Editor General de Altazor), Jorge Enrique Lage (Cuba),
Claudia Apablaza (Chile), Oliverio Coelho(Argentina),
Harold Alva (Editor Adjunto de Altazor)

viernes, 9 de julio de 2010

Ensayo sobre la rosa de MIGUEL ÁNGEL ZAPATA


El reconocido poeta, crítico literario, hermano entrañable de no pocas aventuras: Miguel Ángel Zapata, nos presenta bajo el sello de la universidad San Martín de Porres, su nuevo poemario “Ensayo sobre la rosa” que reúne su producción poética de 1983 hasta el 2008. La presentación estará a cargo de Ismael Pinto y Ricardo Gonzales Vigil.
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Fecha: Viernes 9 de Julio - 7:30PM. Lugar: Set Tv nº 3 - Av. Tomas Marzano 151. Surquillo. Universidad de San Martín de Porres. El que falta se perderá una cita histórica. Y una botella de buen vino. Los esperamos.

Los candidatos a la Alcaldía de SAN ISIDRO

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Viernes 9 de julio. La carrera por el sillón municipal formalmente empezó el lunes. Mientras la prensa informa tipo reality las broncas entre Lourdes Flores y Alex Kouri, como si ambos fuesen los únicos candidatos, estoy seguro que ninguno de ellos gana. Ojalá. En los distritos hay otro show aparte. Quiero detenerme en San Isidro, en la capital empresarial, en el corazón de Lima, en la comuna del Olivar, en esa alameda donde me he sentado tantas veces a leer a Yeats o a escribir un poema. A ver, chequemos quiénes son sus candidatos, quiénes están en el partidor. Hasta qué punto convencen o no convencen: según sondeo, al saque tenemos como favoritos a Jorge Salmón, Luis Alfonso Morey, Raúl Cantella, Max Gorbitz y Manuel Velarde, los cinco ya están inscritos en el JNE, pensé que habrían más, pero no, solo son 10 los candidatos, pero estos cinco corren como favoritos; o sea, tenemos a los de siempre y a los nuevos, a los viejos y a los jóvenes. El papá del zorro, consciente que no la hacía, no se presentó. Bien por eso.
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Los viejos
Salmón tiene a su favor su experiencia como alcalde, allí destaca su interés por el arte y la cultura. Ahora de nuevo se presenta con Somos Perú (Andrade puede dar sorpresas en Lima), pero tiene cuestionamientos por el otorgamiento de licencias (el caso más llamativo es el del proyecto Millenium levantado en la Av. Miró Quesada) y por el contrato para la limpieza del distrito. Su debilidad: tiene 72 años, no lo imagino dinámico a los 75, que es la edad de Cantella, el más tío de todos. Cantella, a sus 75 años goza de una larga militancia en el PPC, ya se ha presentando antes a la alcaldía, pero su vejez y su posición en extremo conservadora jugaron y juegan en su contra. A su favor tiene el apoyo de Lourdes Flores. Algo que en realidad no entiendo es cómo un hombre de trayectoria honesta puede postular con Lourdes, ex asalariada por Diez Canseco (ex vicepresidente que le quitó la novia al hijo y favoreció al suegro en el aeropuerto) y ex asesora de Cataño, acusado de narcotráfico. El otro es Gorbitz, quien también ha sido candidato, ahora postula con Alex Kouri. Quienes lo conocen dicen que invertirá un montón de plata en su campaña. A ver si la manzana, el símbolo de su movimiento, le sirve a Kouri para llevarle como fiambre a su otrora pata Vladimiro Montesinos.
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Los nuevos
Velarde tiene a su favor que es nuevo en el escenario político, tiene buena formación y su familia es reconocida por la élite limeña. Su padrastro Oscar Berckemeyer Pérez Hidalgo, un reconocido acaudalado, sería el principal financista de su campaña. En su contra tiene el gris y cuestionado rol que desempeñó como jefe de SUNAT (recuerden el irregular ingreso a Panamericana). No tiene un trabajo conocido y su agrupación responde a los intereses de un pequeño grupo. Morey es el más joven de los candidatos: tiene 36 años; participa en las filas de Adelante, el partido de Rafael Belaunde. En su contra juega su cercanía a Rafael Rey (hace diez años postuló al congreso con uno de sus tantos movimientos), su antigua defensa al fujimorismo y su ex relación con Keiko. Morey ha tenido exposición mediática: CCN en los noventa, fue gerente de RBC (le devolvió pantalla a Hildebrandt), estuvo a cargo de 24 horas, Edición Central en Canal 5, desde hace un tiempo asesora a empresas del sector minero y está involucrado con el mundo académico.
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Los candidatos aún no han realizado grandes propuestas. Todos han mencionado el lugar común del tráfico y la seguridad. Ahora solo queda esperar los nombres de quiénes los acompañan como regidores y evaluar sus planes de gobierno. Mientras tanto la pista está allí y ya sonó el silbato de partida.
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En la foto, en este orden: Luis Alfonso Morey (Adelante), Jorge Salmón (Somos Perú), Manuel Velarde (Ind. de Acción), Max Gorbitz (Cambio Radical) y Raúl Cantella (PPC)

miércoles, 7 de julio de 2010

Aventuras de un grupo de becarios en una universidad norteamericana: cuento de Miguel Antonio Chávez (Ecuador)

Faltan solo cuatro días para iniciar la gira. Ayer tuve entre mis manos los primeros ejemplares de las novelas: han quedado preciosas. Estoy muy contento con el resultado, pienso que con Willy estamos demostrándonos el buen equipo que hemos hecho. El sábado empiezan a llegar los novelistas; con Pedro Peña tenemos una larga conversación pendiente sobre cuervos, con Juan Manuel sobre cómo ha logrado convivir con la literatura y el derecho, yo no pude. No hay nervios. O sí?. No creo. Repaso la agenda mientras posteo el cuento de Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979), a quien le estamos editando La maniobra de Heimlich; el volumen por el que estuvimos esperando seguros de su fuerza. Cuando invitamos a Miguel Antonio aún le faltaba concluir con el último capítulo, siempre el último capítulo es el más complicado, le demandó un mes y días, ni bien puso el punto final la tuvimos en nuestra bandeja. Un buen pretexto para brindar por su nacimiento, de paso que brindamos con los escritores ecuatorianos, invitados especiales de la FIL. Yo viví siete año en Tumbes, todas las semanas viajaba a Ecuador a comprar revistas, en ese entonces era fanático de Kalimán y Aguila Solitaria: Huaquillas y Guayaquil eran las únicas ciudades donde las encontraba. Guardo entonces desde allí un especial cariño por Ecuador, en Tumbes, en los lugares donde viví era usual que en la tele se vea nítido Teleamazonas, Gamavisión, Ecuavisa o Telecentro, así que siempre estuve pendiente de su historia política reciente, y bueno en realidad fue gracias a esos canales que empecé a odiar los culebrones mexicanos. Para olvidar los culebrones regreso a la agenda, pienso en la nueva literatura ecuatoriana, organizo mis preguntas para Miguel Antonio y los dejo con uno de sus cuentos.
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Aventuras de un grupo de becarios en una universidad norteamericana
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A Anelius Borda le llegó una carta de la Universidad de Idaho en la que se le invitaba a un encuentro literario inusual, ya que se había propuesto reunir escritores de países cuya producción literaria gozaba de poquísima o nula circulación dentro del continente. Así, la invitación mencionaba que un solo representante de Belize, Guyana, Ecuador, Surinam y Bolivia serían parte, entre los cuales estaba él. Anelius Borda lo tomó al principio como una posible tomadura de pelo, pero el ticket aéreo y una carta formal del decano estaban ahí, a prueba de incrédulos. De todos modos ese no era el principal motivo de su incertidumbre, del súbito tirón estomacal que le sobrevino como a pasajero de una montaña rusa que espera lo inevitable al coronar la cima. No se explicaba cómo habría podido llegar hasta Norteamérica su libro, el único que había publicado, sin esperanzas, con un tiraje menos que modesto y cuyos relatos (podía engañar a todos –es decir a los cuatro gatos que lo habían leído– menos a su conciencia) eran tristes facturas de las “anécdotas inolvidables” de la Reader's Digest, que solía leer en la sala de espera cada vez que acompañaba a su padre al doctor. El resto de referentes los obtenía a cuentagotas de él; los achaques del viejo no daban para más. Lo que no sabía Anelius Borda era que dicho encuentro sui generis fue improvisado en la marcha debido a que resultó un excedente en el presupuesto de la universidad, el cual de no emplearse ese año sería destinado a otra facultad o a otro rubro, sin opción a recuperarlo. La idea no sonaba mal, lo que no sonaba bien era la voz del viejo en el teléfono; un mar de tos y otras rémoras lo envolvían. Por eso Anelius Borda llegó con las viandas que le hacían falta, y lo sorprendió leyendo un libro de relatos de Rodrigo Rey Rosa. Anelius le preguntó por él ya que nunca lo había leído.
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–Lees pendejadas de vieja, por eso no sabes quién es. Irónico que yo sepa más de narrativa contemporánea que tú. Hay un cuento en este libro, La niña que no tuve, es una bala tierna al alma. Una niña con una enfermedad terminal que a ratos parece más inteligente y madura que su padre para afrontar la situación. Joyita nihilista. Si pudiera escribir haría un ensayo sobre ella.
–Escríbelo y ya.
–¡Ja! Me habla el nene Reader's Digest. ¿Crees que esto es cosa de soplar y hacer botellas?
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Anelius Borda iba a contarle de su invitación a Idaho pero sintió que sería inútil. Lo miró fijo como él le había enseñado a mirar a los perros para intimidarlos. En el barrio en que creció había muchos de ellos, sin dueño la mayoría. Luego de las interminables inyecciones antirrábicas alrededor del ombligo por las que tuvo que padecer el pequeño Anelius, su padre trató de llenarlo de valor enseñándole aquel secreto para que no vuelva a ser presa fácil. Lo sentó y se lo contó como si se tratara de una revelación mesiánica.
Crack.
–Mi estómago…
–No estás enfermo, papá. Tú lo sabes.
–Estoy más flaco, ¿no te has dado cuenta?
–Porque no comes, eso es todo… –Anelius se sobresaltó al revisar la pila de libros que tenía junto a su sillón como si fuera agente antinarcóticos o, literariamente hablando, algún bombero piromaniaco de Fahrenheit 451–, … El mal de Montano, La náusea, La amigdalitis de Tarzán: ¿qué es esto: literatura para hipocondríacos? ¡Cómo no te vas a sugestionar!
–Es cierto, no estoy enfermo. Es más difícil de entender de lo que piensas.
–Inténtalo.
–Los cristianos, en su Nuevo Testamento, tienen las epístolas de Pablo; en una de ellas él dice: Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí. Bueno, yo puedo decir que alguien realmente vive en mí, a quien puedo sentir y con quien a ratos hasta puedo hablar.
–Dile a tu amigo imaginario entonces que te haga también las compras de la semana.
–Anelius, no me estoy quejando, solo quiero que me dejes tranquilo.
–No te entiendo, entonces para qué me llamas sollozando como moribundo.
De súbito el viejo empezó a retorcerse, se agarró del estómago, como si estuviera sobre el lomo de una serpiente marina. Pero el viejo parecía ducho en las maniobras de ese tipo de exorcismo, hasta que se incorporó y dio un largo respiro. Sudaba.
–Ya pasó… La hiciste enfadar, no le caes bien.
–¿De quién coño me hablas?
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El viejo le habló de su huésped interno, una especie tan antigua que hasta Hipócrates, Aristóteles y Teofrasto hablaron de ella y a quien llamaron platelminto, por su parecido con cintas o listones. Luego Celso y Plinio el Viejo acuñaron la expresión en latín “lumbricus latus”, gusano ancho. Pero tuvieron que pasar siglos hasta que Carlos Linneo incluyera en 1758 en la décima edición de su Systema Naturae a la Taenia solium.
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–Cuando se lo conté a ella por primera vez, le dio gusto conocer la historia de sus ancestros. Bueno, digo ella como un convencionalismo mío, porque es hermafrodita... El punto es que le encanta que le lea, de hecho siento que ya no leo para mí sino para ella: con sus ventosas no solo absorbe mis nutrientes sino también mis conocimientos. ¡De ese modo hablamos un mismo idioma y nuestros temas de conversación no se agotan!
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Anelius no sabía si compadecer o sentir coraje por esa bizarra relación filial que su padre tenía con una lombriz asquerosa que era capaz de crecer hasta 10 metros de largo, alojarse en los intestinos y que solo podía expulsarse por vía anal, y cuyos huevecillos microscópicos liberados en el ambiente podían ascender a millones. De todos modos, ¿cómo lo podía saber el viejo si él no se había practicado un examen, o al menos eso es lo que Anelius creía? Una situación tan confusa como esta lo obligaría a estar más tiempo con él y posiblemente podría malograr su viaje a Idaho.
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–¿Por qué esa cara? Todos en esta vida hemos sido parásitos de un organismo superior. Tú, por ejemplo, parásito de mis lecturas.
–¿Por qué me haces esto, papá? Justo ahora, que tengo un viaje muy importante.
–Viaja, hombre, viaja, que eso es lo que te hace falta, dejar las revistas de salas de espera, conocer más el mundo.
Timbre.
–¿Esperas a alguien?
–Ah, sí. Unos amigos. Nos reunimos a esta hora.
–¿Amigos? Tú nunca recibes a nadie.
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Entraron, en bloque, eran hombres y mujeres de distinta edad. Saludaron al viejo palpándole el estómago y este les devolvió el saludo de la misma manera, pero por los gestos y movimientos de los visitantes, no se asemejaba a un gesto espontáneo de afecto sino más bien al código establecido en una cofradía secreta. Se sentaron, y sin que el viejo se los dijera, miraron brevemente hacia Anelius –que estaba junto a la ventana– con una mezcla de curiosidad y desconfianza, hasta que regresaron a sus asuntos y lo ignoraron por un momento. Hablaban pero no hablaban; de ellos mismos, es decir. Era como si se proyectaran a través de sus vientres y no de sus bocas. Lo único que hacían era servir de intérpretes a una voz de su interior, y lo exteriorizaban en palabras sucintas para que lo supieran los demás, aunque no parecía ser necesario. Decir telepatía quizá era lo apropiado. Decir que eran seres solitarios, también. Y también que las solitarias en pleno tomaron una decisión trascendental para su futuro. Y que Anelius Borda estaba con prisa y su vuelo no esperaría. Y que ahora ellos, ellas o lo que fueren, escuchaban gratis clases magistrales en Idaho, Wisconsin, Gales, Oslo y San Petersburgo para hacer algo en sus largos ratos de ocio.


Del libro inédito Tratado sobre zombis © Miguel Antonio Chávez

Miguel Antonio Chávez: (Guayaquil, 1979). Autor de Círculo vicioso para principiantes (2005), de la obra teatral La kriptonita del Sinaí (I Mención Premio Nacional de Dramaturgia 2009). Co-antologador de las compilaciones de cuento Historias bajo el árbol (2008) y Amigas del Yeti (2009). Antologado en El futuro no es nuestro (2008), Poesía/Cuento 1998-2008 (2009), Asamblea portátil (2009) y 22 Escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (2009), entre otras. Miembro fundador del colectivo literario Buseta de papel. Finalista del Premio Juan Rulfo 2007 de Radio Francia Internacional.

lunes, 5 de julio de 2010

Siempre te creíste la Virginia Woolf: cuento de Claudia Apablaza (Chile)

Sorry por la tardanza. A veces suelo distraerme con el mundo real. Pero no faltando al orden reporto ahora un cuento de Claudia Apablaza (Chile, 1978). Claudia estudió psicología y literatura, publicó el libro de relatos autoformato (Lom ediciones, 2006) y la novela Diario de las especies (Jus Ediciones, México, 2008; Lanzallamas, Chile, 2008). Ha obtenido diferentes distinciones por sus cuentos. Su obra ha sido incluida en diversas antologías como: "Quince golpes" (Cuba, 2008), "Tiempo de relatos" (Booket, Planeta, España, 2008), "Mi nombre en el Google y otros cuentos" (Alfaguara, 2005), "Lenguas: 18 jóvenes cuentistas chilenos" (JC. Sáez editor, 2005), "Pozo" (Lanzallamas, 2006), "Bitácora perdida del teniente bello" (2007) y "El arca: bestiario y ficciones" (Sangría editora, 2007/La buena vida, 2008). Compiló "30 cuentistas hispanoamericanos" (2007) para Literaturas.com. Actualmente es profesora del Laboratorio de escritura. Radica en España. Sin duda una narradora a quien disfrutarán leyendo. Gracias Oscar Saavedra por presentarnos, sé que la gira hermanará como debe ser a nuestros países. Antes le edité a sus paisanos Héctor Hernández Montecinos, Felipe Becerra, O.S. y una antología (ANOMALÍAS) de poetas jóvenes (Alexis Donoso, Marcela Saldaño, Marcela Parra, Marcos Arcaya, O.S.) ; EMEA/A dará qué hablar, y sin duda romperá la linealidad de más de un tradicionista. Mientras tanto, aquí tienen el cuento.
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Siempre te creíste la Virginia Woolf
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Porque, en lo que a mí respecta, siento de vez en cuando que soy el personaje de alguien.
Clarice Lispector

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Como todas las mujeres escritoras, siempre te creíste la Virginia Woolf, pensabas que habías sido tocada por ese don preciado y que serías mejor que ella. Siempre yo te decía: nunca vas a negarme que te crees eso. Tú siempre llorabas, de una forma patética y vergonzosa. Antes de que te durmieras también te lo repetía: Siempre te creíste la Virginia Woolf. Siempre. ¡Admítelo! Incluso cuando follábamos. Cuando cabalgaba sobre ti, te gritaba: Virginia, Virginia criolla. Morirás así, creyéndote eso. No me lo niegues. Es la vida que elegiste, es la vida. Incluso cuando tú ya estabas durmiendo y yo en mis insomnios, seguía repitiéndotelo al oído: Siempre, siempre te creíste la Virginia Woolf. Admítelo. A veces despertabas y me pegabas un manotazo y me decías: cállate. Cállate, imbécil y yo me ponía a llorar.
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Un día escribiste un cuento bastante bueno, lo enviaste a un concurso y saliste finalista. Entonces yo te dije que podía ser que te parecieras a la Virginia Woolf, pero que no estaba seguro. Tú te enojaste y me dijiste que era un enfermo, que estabas aburrida, que nunca te habías creído la Virginia, que ya te bastaba con soportarme dos años. Abriste el closet, sacaste toda tu ropa, comenzaste a hacer la maleta; pusiste unos libros, ropa interior, una libreta de apuntes, unos discos, abriste la puerta del piso y te fuiste.
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Después de meses yo entendí que nunca debí haberte dicho tamaña tontera. Que debí esperar a que fueses realmente la Virginia criolla y luego amarte así, como la Virginia criolla y latina o la Virginia local. ¿Qué hacer?, me decía. Qué imbécil. ¿Qué hacer ahora que no tengo a mi propia Virginia en casa para que me lave los platos y me haga la comida? ¿Cómo soportar mi vida sin mi pequeña Virginia que me hacía lasagnas de verdura exquisitas?
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Hace unos días conocí a otra escritorcilla. Me gusta. Es atractiva. Una de las primeras frases de la noche fue decirme que ella era escritora. Estuve en la cama con ella, le puse la Virginia 2 y la Virginia 1, que eras tú, estuvo toda la noche en mi cabeza. Te imaginé sobre mí, desnuda, y que gemías y chillabas y me decías que nunca fuese a abandonarte. Y aparecía tu rostro iluminado y me prometías en esa imagen llegar a ser tan buena como la Virginia, o mejor que ella, mucho mejor que ella. En fin, es lo que me dicen todas las mujeres. Es raro. No sé por qué todas las mujeres escritoras se creen esa mujer. No entiendo a qué se debe este síndrome tan lamentable. Una adicción por caminar, llorar, estornudar como ella. Cada escritora que se me acerca, que me habla, es la Virginia y aunque no me lo digan yo sé que es así, que en sus meditaciones más íntimas se lo creen y disfrutan de eso. ¿Qué será? Tal vez una enfermedad delirante que cogen las escritoras de todas las latitudes del mundo, de todos los puntos cardinales. Yo perfectamente me podría creer Fogwill, como todos los narradores; o Vila-Matas, o Carver, o Hemingway o Bellatin (últimamente, más bien: Murakami o Fresán). Y caminar, pensar, imitarlos, bailar como ellos. Pero no necesito caer en eso, no necesito estar jugando a eso, sufrir por eso, no necesito escribir una Historia abreviada de la literatura portátil 2, ni tampoco una Muchacha punk 2, menos repetir en cada entrevista la detestable teoría del Iceberg ni la del knock-out; ni tampoco pedirle a una trasnacional que me publique, que me llame por teléfono todos los días para no sentirme tan solo, y luego viajar por el mundo en muchos aviones, en un pedazo de papel, y luego volver a Chile y decir que yo soy mejor que Fogwill, que escribí la Muchacha punk 3 y que escribiré la Muchacha punk 4 y la cinco y la seis y la siete y seré muy famoso, que merezco respeto, seguridad, salir en las revistas nacionales, internacionales como la nueva figura de la literatura latinoamericana, como el representante número uno de la nueva fauna y luego visitarte en los cementerios de noche y buscarte y eyacular sobre tu tumba, como Philip Roth cuando eyaculaba sobre la tumba de su amada y luego encerrarme en mi casa y describir mi nuevo proceso creativo, y caminar como escritor, bailar como escritor, fumar como escritor, cagar como escritor, llorar como escritor y eructar como escritor. Pero no. Creo que no. No lo necesito. Prefiero el oficio que tengo de limpia waters. Es interesante también este oficio. Se disfruta. Se sacan buenas conclusiones de la vida. Limpiar la mugre es una labor espiritual. Uno es feliz limpiando la inmundicia ajena, créemelo. Se es muy feliz. Se crece como persona cuando uno friega con cloro aromatizado de jazmín, con lejía pakistaní, con plumeros árabes y una escoba china recién estrenada.
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Hace dos semanas abrí el periódico, fui a las páginas de Fútbol y luego a las de Cultura. Salía una entrevista a página completa del libro que acabas de publicar. (Lindo libro, te felicito). Como titular el editor puso: Marieta Galarze, la joven escritora que odia a Virginia Woolf. Marqué el número de tu casa y Roberto, tu nueva pareja, ¿tienes pareja? ¿es escritor, cierto? Seguro. ¿Por qué no me llamaste para decírmelo, para advertírmelo, para decirme que sales con un escritor? Eres cruel. Eres muy cruel con tu pobre limpiawateres. Él me dijo que no estabas. Le dije que te dijera que bueno, que en fin, que lo aceptaba, que si querías regresar a casa, podías hacerlo, que te aceptaba tal como eras. Que te dijera que prometía llamarte Virginia desde el minuto que pisaras nuestro antiguo hogar. Que te lo dijera, por favor, que ya lo medité y acepto sin problemas tu condición de neo-virginia. Me dijo que no volviera a llamarte, que ustedes eran una pareja feliz, y si acaso yo era ese loco de remate que me creía Fogwill un día y Carver al día siguiente. Ese loco que se disfraza de Breat Easton Ellis para salir a la calle y que aparece en las fotos maquillado como Chuck Palahniuk o como Thomas Pynchon. ¿Qué le estuviste contando de mí? Eres bastante buena para inventar cosas, eres una mentirosa, una loca. Sabes que a mí nunca me ha gustado la Literatura, para nada. Lo sabes muy bien. Yo sólo soy adicto a la mugre, Virginia mía, no inventes cosas de mí, por favor, sabes que yo amo fregar los suelos y eso me ha ayudado a ser una persona realizada, realizada en la mugre ajena.
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En fin, le corté de inmediato a tu nueva adquisición literaria y no te volví a llamar hasta hace tres días. Marqué tu número y por fin me contestaste. Me dijiste que lo sentías, que no podías hablar ahora, que debías ir a tu trabajo, que estabas sola en la oficina, que tu jefa estaba de viaje de negocios y que no volviera a llamarte más.
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Y bueno, lo que sucederá después de esa llamada es una historia aburrida. Una historia de la limpieza extrema, de la higiene completa y pulcra. Primero obligarte a decirme que de verdad aún te crees esa mujer, obligarte a reconocerlo. Luego un montón de sangre, virginias de mi libreta telefónica muertas; una tras otra; wateres, eyaculaciones en tumbas y diversas profanaciones sin sentido. Luego limpiar la sangre de mi pobre ex-virginia sudaca con cloro, lejía y friegapisos. Imitar una escena completa de American Psycho, sólo para rendirte los honores literarios necesarios. También preocuparme de limpiar la grasa de mi Virginia 2 y de una tercera que conocí anoche en un bar de Montjuic.
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Como ves, no soy más que un pobre adicto al aseo. Me encantaría extenderme en esta historia de la excelente pulcritud en el limpiar, es una historia muy bella, pero no tengo muy claro a quién le importa cómo se amplía mi hermosa colección de neo-virginias muertas y bien lavadas.

viernes, 2 de julio de 2010

EL CARTERO ALEX ALEJANDRO*

La primera vez que tuve noticias sobre Alex Alejandro Vargas fue en el 2002 en la Facultad de Humanidades de la Universidad Federico Villarreal. Él era alumno de comunicaciones y yo dirigía una revista de creación crítica. Dimas Arrieta, el poeta y novelista piurano, catedrático en dicha casa de estudios, era entonces un entusiasta promotor de grupos literarios y la Villarreal había empezado a adquirir presencia en los recitales que se hacían en Lima gracias a dos de sus grupos: Colmena, que tenía entre sus miembros a Víctor Ruiz y Alessandra Tenorio, y Jade de Alex Alejandro y Oscar Perlado de la Villa, Josefina Jiménez de San Marcos y Daniel Maguiña. Fue el primer momento importante después de casi una década en el que los poetas se movilizaban en grupos; en San Marcos era importante la presencia de Sociedad Elefante con Romy Sordómez, Miguel Ángel Sanz Chung y José Agustín Haya de la Torre; y el Club de la Serpiente en el que militaban Diego Lazarte y Raúl Solís. En ese contexto aparece Alex Alejandro.
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En ese contexto tuve no solo el privilegio de leerlo si no de editar su primer poemario: CUADERNO DE LUCIÉRNAGAS el año 2005. Una de las cualidades que me sorprendió de su poética fue ese interés por apelar a la imagen, por recuperar las figuras de una estética casi destruida por el coloquialismo de los poetas del 70, del 80 y que llegó a sus extremos con algunas propuestas noventeras. Entonces me detuve en ese atrevimiento, en aquella especie de cruzada a la que Alex en coherencia con los post 2000 estaba concentrado en devolverle a su registro las metáforas, los símiles y anáforas de un arte poética que me remitía a los clásicos y a nuestros poetas del 20 hasta el 50, al primer Cisneros, a Heraud, al primer Hernández.
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Cinco años después, Alex pone a mi consideración “el camino, el amor y un cartero” y otra vez vuelvo a sorprenderme con la escritura de un Alex Alejandro que a sus 26 años es un convencido que la grandeza del poema radica en la compleja sencillez que lo hace cierto.
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Alex apela a la figura de un cartero que extraviado en sí mismo sale a buscarse al mundo como una contra épica de los sentidos a quienes necesita aletargar a través de cartas que lo pondrán frente a otros destinos. Se trata de la confesión de un solitario para quien nunca será suficiente la presencia de los entes que giran a su alrededor; entonces empuña como remo a la palabra, a sus símbolos y el resultado será el discurso bucólico de un “yo” que cruza las posibilidades de una lengua en emotivos textos que lo ubican en el extremo de un perpetuo aprendizaje.
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En ese recorrido reconocemos al poeta como un antiguo brujo, como el iluminado que conoce el lenguaje de las estrellas con quienes no solo dialoga sino que representa a través de contundentes poemas que estremecen por la potencia de su verdad: El hombre no solo destruye el mundo, también a las palabras. Y nos devuelve a un Alex con una propuesta casi mística, un Alex al modo de los poetas orientales cuya estética está más allá de la palabra como código escrito.
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“El camino, el amor y un cartero” es un libro que tiene varias lecturas. Funciona como un poemario epistolar, pero funciona también como una aproximación filosófica al hombre posmoderno que avasallado por la ciencia y las telecomunicaciones, necesita escapar de su propia cultura y civilización para reconciliarse con la naturaleza; con ese lado silvestre que lo torna un ser contemplativo que utiliza como única herramienta para sobrevivir su don de búsqueda. Por eso era prudente que empiece con la negación de su “yo” para asimilar que está en ninguno y en todos los hombres. Entonces repasa como temas la nostalgia, la soledad, el amor, la muerte como contrasentido de la pérdida y la vida como viaje.
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Alex se aferra a esa metáfora. Y se aferra bien, no en vano muta en esa travesía de cartero a carta, y de carta a este momento que ahora no le pertenece. Sin duda un esperado retorno, ojalá y su próximo libro no tarde tantos años.
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* Texto leído en la presentación del libro de Alex Alejandro, la noche del 1 de julio del presente en la Casa de la Literatura Peruana. En la mesa me acompañaron Miguel Ángel Zapata, Alex Alejandro y Gabriel Rimachi Sialer.