La primera vez que tuve noticias sobre Alex Alejandro Vargas fue en el 2002 en la Facultad de Humanidades de la Universidad Federico Villarreal. Él era alumno de comunicaciones y yo dirigía una revista de creación crítica. Dimas Arrieta, el poeta y novelista piurano, catedrático en dicha casa de estudios, era entonces un entusiasta promotor de grupos literarios y la Villarreal había empezado a adquirir presencia en los recitales que se hacían en Lima gracias a dos de sus grupos: Colmena, que tenía entre sus miembros a Víctor Ruiz y Alessandra Tenorio, y Jade de Alex Alejandro y Oscar Perlado de la Villa, Josefina Jiménez de San Marcos y Daniel Maguiña. Fue el primer momento importante después de casi una década en el que los poetas se movilizaban en grupos; en San Marcos era importante la presencia de Sociedad Elefante con Romy Sordómez, Miguel Ángel Sanz Chung y José Agustín Haya de la Torre; y el Club de la Serpiente en el que militaban Diego Lazarte y Raúl Solís. En ese contexto aparece Alex Alejandro.
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En ese contexto tuve no solo el privilegio de leerlo si no de editar su primer poemario: CUADERNO DE LUCIÉRNAGAS el año 2005. Una de las cualidades que me sorprendió de su poética fue ese interés por apelar a la imagen, por recuperar las figuras de una estética casi destruida por el coloquialismo de los poetas del 70, del 80 y que llegó a sus extremos con algunas propuestas noventeras. Entonces me detuve en ese atrevimiento, en aquella especie de cruzada a la que Alex en coherencia con los post 2000 estaba concentrado en devolverle a su registro las metáforas, los símiles y anáforas de un arte poética que me remitía a los clásicos y a nuestros poetas del 20 hasta el 50, al primer Cisneros, a Heraud, al primer Hernández.
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Cinco años después, Alex pone a mi consideración “el camino, el amor y un cartero” y otra vez vuelvo a sorprenderme con la escritura de un Alex Alejandro que a sus 26 años es un convencido que la grandeza del poema radica en la compleja sencillez que lo hace cierto.
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Alex apela a la figura de un cartero que extraviado en sí mismo sale a buscarse al mundo como una contra épica de los sentidos a quienes necesita aletargar a través de cartas que lo pondrán frente a otros destinos. Se trata de la confesión de un solitario para quien nunca será suficiente la presencia de los entes que giran a su alrededor; entonces empuña como remo a la palabra, a sus símbolos y el resultado será el discurso bucólico de un “yo” que cruza las posibilidades de una lengua en emotivos textos que lo ubican en el extremo de un perpetuo aprendizaje.
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En ese recorrido reconocemos al poeta como un antiguo brujo, como el iluminado que conoce el lenguaje de las estrellas con quienes no solo dialoga sino que representa a través de contundentes poemas que estremecen por la potencia de su verdad: El hombre no solo destruye el mundo, también a las palabras. Y nos devuelve a un Alex con una propuesta casi mística, un Alex al modo de los poetas orientales cuya estética está más allá de la palabra como código escrito.
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“El camino, el amor y un cartero” es un libro que tiene varias lecturas. Funciona como un poemario epistolar, pero funciona también como una aproximación filosófica al hombre posmoderno que avasallado por la ciencia y las telecomunicaciones, necesita escapar de su propia cultura y civilización para reconciliarse con la naturaleza; con ese lado silvestre que lo torna un ser contemplativo que utiliza como única herramienta para sobrevivir su don de búsqueda. Por eso era prudente que empiece con la negación de su “yo” para asimilar que está en ninguno y en todos los hombres. Entonces repasa como temas la nostalgia, la soledad, el amor, la muerte como contrasentido de la pérdida y la vida como viaje.
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Alex se aferra a esa metáfora. Y se aferra bien, no en vano muta en esa travesía de cartero a carta, y de carta a este momento que ahora no le pertenece. Sin duda un esperado retorno, ojalá y su próximo libro no tarde tantos años.
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* Texto leído en la presentación del libro de Alex Alejandro, la noche del 1 de julio del presente en la Casa de la Literatura Peruana. En la mesa me acompañaron Miguel Ángel Zapata, Alex Alejandro y Gabriel Rimachi Sialer.