martes, 31 de diciembre de 2013

Dimas Arrieta y sus Fantasmas del Estadio Nacional

Escribe: Winston Orrillo

A 49 años de sucedida la hecatombe en nuestro primer coloso deportivo, Dimas Arrieta Espinoza (Huancabamba, 1964) la recrea, pero desde un punto de vista sui generis. En efecto, su novela breve “Los fantasmas del Estadio Nacional” (Editorial Summa, 2013), aborda los sucesos del 25 de mayo de 1964, recrea sus infaustos sucesos, desde una perspectiva mágico-religiosa.

Con un estilo que ya va siendo común en él, a partir de sus inicios, hace veinte años (1993), con su “Canto a las Huaringas”, comienzo de un proyecto de homenaje  al mundo mítico y mágico de los curanderos de la sierra piurana (completado con “En el  reino de los guayacundos” (2003) y “El jardín de los encantos” (2008); Dimas Arrieta es un paradigma de escritor joven que brega con la palabra creativa, lo que se traduce en su abundante obra narrativa: en cuento: “Los Majoteros y otras historias gastronómicas” (2010); “La venganza del viringo” (2011), “De cómo una carpeta se convirtió en escalera” (2011). Y, en narrativa de aliento, fue nada menos que finalista en el “Premio Cope Internacional de Novela, 2009”, con su obra “Corazón de viento, bitácora del explorador”.

Catedrático en la Universidad Villarreal, Magíster en Literatura, él es egresado del Doctorado  en Literatura de la UNMSM. Colaborador del Suplemento Variedades del diario El Peruano -donde ejerce la crítica literaria- Dimas es paradigma de hombre dedicado a las letras, todo logrado a puro pulso y con el ejercicio de una impertérrita e indesmayable voluntad, pues su origen y circunstancias lo alejan de las mafias y camarillas literarias realmente existentes. Acaba él, asimismo, de publicar una recopilación de su obra lírica (que comentaremos oportunamente), en conmemoración de los 25 años de la edición de su primer poemario.
La presente narrativa  podría asimilarse a lo que se llama nouvelle, y es una reflexión  sobre los pormenores -una suerte de “balance y perspectivas”- de lo acaecido en aquella fatídica fecha, en tanto en cuanto su proyección ha sido como una suerte de sombra negra para el futuro siniestro del fútbol peruano, que el autor atribuye a la condición supérstite de una mala aura, ocasionada por los varios cientos de muertos de los sucesos de aquel mayo de 1964; todo visto desde la perspectiva de un ojo proveniente de los estratos populares (que son, precisamente, los de su autor). Y, más concretamente, de alguien de la zona norte del país: “De vivir, vivir, no hay como los norteños; creo que nosotros sí sabemos darle ese verdadero sentido: vivir. Mucha gente solo mora, pasa su tiempo sin darse cuenta del verdadero sentido que tiene su destino y su misión en esta Tierra”.
En resumen, la tragedia del Estadio Nacional generó una atmósfera deletérea que ha perseguido a la Selección de fútbol, y que, para el humilde gasfitero Falla, es la que no le ha permitido brillar en el balompié mundial… para acabar con la cual,  se vincula con una morena rezadora, “Mamá Sarita”, que le da una fórmula estrambótica, destinada a exorcizarlo todo.
En fin, la solución, de este modo, no tiene, pues, nada de terrenal y con ello volvemos a un mundo que Dimas Arrieta maneja a la perfección, máxime en esta narración corta que combina tanto el relato situacional, como la perspectiva futura, mientras nos sumergimos en reflexiones como las de la sabiduría popular de la inefable “Mamá Sarita” que podría resumirse en esta frase suya:  “No hay peor demonio que nos domine tanto como el de nuestros propios miedos”.
En la foto 2: Alberto Benavides Ganoza, Dimas Arrieta, Tania Libertad, César Calvo.

martes, 17 de diciembre de 2013

LIMA de Harold Alva


Escribe: Dimas Arrieta Espinoza

Lima (Ediciones ALTAZOR, 2012), es la primera parte del proyecto La épica del desastre. Quedarían pendientes: Post mortem, Los ojos de las estatuas y Las vértebras del fuego. Pero, este libro nos interesa como unidad, como construcción sólida que propone una poética dentro de los asedios de una vida: vívida y vivida. Un edifico poético ensamblado con una estructura de emociones: fracasos, gritos de impotencia, éxito y tristeza.
Con este motivo quisiera revisar brevemente esta propuesta desde cinco categorías: manía, norma, carmen, poiésis, el ritmo. Pues Lima, de Harold Alva, no es un poemario, es un libro lleno de matices que hacen posible un vistazo por el origen de las palabras y el mandato rector de nuestros clásicos.

Manía

La manía para los griegos fue la posesión. La poesía es una manía divina, decía Platón. No es el concepto equivocado que tenemos de esa palabra. Pues el poeta entra en estados de posesión divina cuando revela, desvela, enuncia, codifica, sufre diciendo, revuelve y pone en símbolos lingüísticos lo que palpa y siente la realidad que lo oprime. Por lo tanto, la manía es un estado de conciencia superior ajeno a la pobreza de espíritu en que los seres humanos solemos quedarnos en la rutina. Esta poética de Lima, de Harold Alva, son manías puras, posesiones terrestres y divinas de luces y oscuridad. Pero esta manía que nos revela la dureza de estos tiempos, los días de caos en el transporte y las noticias de muertes y otros males que atacan a la ciudad, son puestos en el filtro de la trascendencia, porque ella dialoga con lo divino, con lo que hay que salvar en esta épica del desastre.


En el primer poema ya está enunciado lo que venimos afirmando: “El lenguaje de estos dedos se escribe sin motivo” Está entonces, la posesión de el verbum, concentrado como logos hecho lenguaje. La posesión del verbo sin control en lo que se dice y enuncia: “Aquí mi voz ya no radica en los dedos o en las plumas de mis alas / Solo está la duda / este silencio / La oscura sensación de un reptil que trepa en lo que escribo.” Esta posesión del verbo se manifiesta en múltiples imágenes, a veces surrealistas, o en determinadas circunstancias se apela al simbolismo, donde no se dice ni se describe, tan solo lo sugiere: “La misma canción que inventamos / para ocultar los cortes / mi estructura de hombre que exige este poema / la muerte como una muchacha fresca” (Pág. 23).


Norma

Es la poesía en griego, se refiere a la creación poética. No es el sentido significativo que le hemos dado en el idioma español, incluso apela a un nombre propio femenino. Tampoco la palabra norma acude a las reglas, a reglamentos que rijan los procesos. Desde el punto de vista de los orígenes de esta palabra la empleamos como una categoría constante en Lima. Los actos creativos, desde y con el logos, permanecen en actitud de rebelar y develar la realidad: “Los habitantes muerden el tráfico Los habitantes patean un cuajo de su sangre como si la noche no importara Como si un cuerpo en el asfalto no importara (…) Aquí el horizonte se quiebra Los postes apagan la luz artificial de sus osamentas pero nadie se da cuenta Nadie observa el movimiento de sus callejones Las súplicas celestes Nadie la cifra mortal de sus nacimientos” (Pág. 25).


Es cierto, Lima es una ciudad de tensiones, como cualquier gran metrópoli donde los problemas sociales coronan sus desgracias. Por eso esta norma-poesía, contiene esa dureza, los conflictos hechos versos que se desangran, no son himnos o loas pacíficas y de veneración a la ciudad, sino conmovedoras imágenes en ásperos versos. La ciudad es un bosque de peligros que no entran en la ficción, son más fuertes que ella.
Este libro es eso: un bosque de imágenes donde los alaridos de las palabras son animales sonoros hambrientos de trascendencia. Pero es una poética distinta a las anteriores que han cantado a Lima, tanto los poetas de la promoción de 60, como en los años 70. Es una norma distinta, una creación que tiene que ver con la orfebrería del lenguaje: “Lima debe ser la persecución de la lluvia Ese ritmo raro El propio vapor impregnado en las ventanas Su olor de alcantarilla clavándose como sonda en tus narices En tu mirada de náufrago absorto entre sus calles Inmóvil ante la vulva gigante de sus calles” (Pág. 39).
La movilidad textual en cada poema va abriendo nuevos espacios, sobresalen los lugares porque se persigue una geografía verbal. Calles que responden a viejos y nuevos movimientos, avenidas, parques y distritos que configuran varias ciudades en una sola. Lima es muchas ciudades y alberga a tantos peruanos de regiones distantes como de culturas distintas. Los textos de este libro tratan de dar estos significados.

Carmen

El significado de esta palabra en latín es poesía, pero es el producto, el contenido y los sentidos de significación de los textos poéticos. Es la misma escritura poética que fija a la poesía. Con esta categoría designamos a toda la unidad temática que abraza Lima de Harold Alva. Un libro unitario, perseguidor de lugares y personajes que reposan en un producto poético, en su carmen, cuyos epicentros tienen su sintonía verbal en lo que pasa y acontece en esta gran metrópoli. No hay otros escenarios discursivos, en su temática, mas que el que concierne a Lima.
La construcción textual, como producto, está inmejorablemente diseñada como textos en prosa que sugieren ser pequeños monólogos. Además, cada poema está antecedido por una antesala, por su carmen, por su producto poético. Entonces, como carmen se ha conseguido un producto distinto a los anteriores libros que han sido dedicados a Lima, temas frescos y recientes son presentados en este campo de referencia que tiene cada poema.
Se sienten instancias épicas, luego alientos líricos, todo en una intimidad pasional de amores y desamores. Sensibilidades que llegan a bordes extremos, pero no extremistas. Se siente el rubor y el rumor de la noche, los silencios y los laberintos de una ciudad que no duerme.
Por supuesto, el lenguaje es el gran protagonista, como debe ser en la poesía. “Ese rumor de sílaba que increpa a mi lengua por un verso Ese paisaje que incendia el prado Que tímidamente intenta distraerte para que sigas allí Para que leas el agua de esta sombra que aparece en tu pantalla Esa luz que acecha como una nube que se posa en la fuente intacta de tus dientes Tus ojos que todavía me sorprenden Que aún permiten este sobresalto de formas y de aire Nadie está aquí y sin embargo es como si todos me rodearan para dictarme estas palabras” (Pág. 71). Lineamientos de cofradía y veneración por los actos de buscar un nuevo lenguaje, una poesía con otra forma de decir las cosas. Preocupación que asedia a los poetas modernos después de la explosión vanguardista.  

Poiésis

Esta palabra o categoría siempre ha estado ligada a la poesía, ha sido traducida como creación poética. Viene del latín que significa actividad que hace la norma, es decir, la creación poética. Entonces, la poiésis es la misma acción del verbo hecho poesía. Una actividad que fluye como identidad y presencia del logos hecho lenguaje. Entonces, Lima, de Harold Alva, ya es una poiésis, esta Lima es una propuesta verbal, una ciudad de palabras donde los que habitamos en esta gran capital nos reconocemos, nos encontramos, palpamos y sentimos sus gritos, su angustia, su caos, sus tensiones sociales, sus huelgas, su fetidez y su extremismo. Pero la amamos, somos ella y parte de las tradiciones y costumbres que asumirán nuestros hijos.
Cada poema es una calle, un lugar neurálgico y conflictivo. Pero allí pululan no solo los sinsabores, sino las felicidades, los reencuentros, con lenguaje propio y original. Este libro es un confesionario de lo que duele esta ciudad, de lo que se ama en esa intimidad llamada mujer: “Soy quien siempre se equivoca El mismo lobo La máquina de aniquilamiento El de los acertijos El de las inútiles coincidencias La máscara de tierra sobre la que germinan simulacros El coyote de la Aviación El sujeto que escribe mientras Lima duerme y la tristeza regresa como el roedor que nos escupe y rasga nuestras osamentas Soy quien siempre se equivoca La bestia nocturna El pájaro que agita las alas para confirmar que el aire apesta Que la ciudad hiede y su veneno  aún nos alimenta ¿Duermes? Soy quien siempre se equivoca El tipo con requisitorias La pésima influencia” (Pág. 81).  

El Ritmo

Es lo que hace referencia continua a la norma, es decir, a la misma creación poética. La vieja poesía, la poesía popular y culta, ha estado, tiene y debe tener siempre como ingrediente el ritmo. Es una música que en el plano de la expresión han impuesto los poetas parnasianos franceses y el Modernismo americano, con mayor explicites y maestría. Mientras que la música de las ideas también ha estado presente en la poesía, con los Simbolistas franceses y en el mundo hispánico con nuestro pionero José María Eguren.
En este libro de Harold Alva encontramos un ritmo de acuerdo a las necesidades del texto. La exigencia de la música es necesaria en la poesía.
Lima, de Harold Alva es una ciudad sonora verbal, pero también hay música en los silencios de las calles que no menciona. Un libro que no está al servicio caprichoso de cantar a una ciudad por compromiso, sino es un canto necesario de identificación donde la ciudad sencillamente son los hombres que la habitan. Un ser humano habla y al cantar humaniza a la ciudad.


La rabia se inocula
                        Como el grito suspendido de una cobra
Lima de noche con mis manos en su espalda
Y un extraño rumor de vidrios destrozados contra el ojo
Contra mi frente de cíclope
                        Extraviado entre los autos
Su inconsistencia para sostener
El incendio de otras cicatrices
En los muros donde gárgolas invaden
El cementerio de mis pájaros
O la hacinada cueva donde habita el roedor de la nostalgia
Su trompa de metal
            Que se abre como la puerta del metropolitano
Cuando cruza Lampa
                        Voltea por Emancipación
Y la ciudad se eriza
Y la ciudad se levanta
Y Lima tartamudea un himno que la proyecta
                        Sobre un muro de quejas
Y la rabia crece
Y nadie tiene el poder para difuminar la espuma de mi boca
Su antídoto de historia
La frente sin laureles
                        De las estatuas posmodernas
Sé que hay una ventana:
Un vitral en el que otros ojos se inyectan contra el cielo de otra tribu
De otra civilización que nada tiene que ver
Con las marcas putrefactas de estos muertos
Otra lengua
Otro código que interpreta
                        Las flechas de mis manos
Sus líneas como quipus
O la rabia:
Su nieve en la cresta de mis puños
Los pilares del tren
                        La bestia que cruza sus entrañas
Los corredores viales que unifican su tragedia
El color seco de su sangre
Mis brazos clavados como huesos
Agitándose como una bandera
Que nada tiene que ver con la historia de su patria
La voz despedazándose
Y el cráneo sembrado sobre un poste
A la merced de un cóndor
Que sabe que sólo habitan tinieblas en mis ojos
Lima es una hiedra
Su trompa se abre como el insomnio de un loco
Que intercede por sus fantasmas
                        Y no hay lugar
No hay casa
            No hay espacio inhabitado
Sólo la lluvia
                     Quebrándome 
                                              Luciferina
                                              Vertical 
                                                    Solitaria.