Escribe: Winston Orrillo
Un leve discurrir entre la intensidad, atemperada por el ánimo sutil y la
suave intensidad (valga el oxímoron), caracterizan al libro de Maruja
Valcárcel, “Bordando suavemente el viento,
otro acierto en la multánime publicacion de editorial Summa, que dirige el poeta Harold Alva.
Subscribo las palabras del buen poeta y crítico,
Dimas Arrieta, quien, en su enjundioso prólogo al volumen, señala que el presente es un “Poemario hecho en el amor y el ardor hacia la vida, con esas lluvias
interiores que se convierten en un océano que no moja el cuerpo, pero sí empapa
el alma. Por lo tanto, manifiesta a un ser humano vivo, bien aferrado
a su temple, a su misión, que sabe lo que dice y bien dice, hasta cuando se
sumerge en su silencio”.
Y, en efecto, algo de lo que llama la atención, en
alguien como Maruja, a quien muchísimos conocen por su denodada labor de lo que
en Europa se llama publicística, y
aquí es, simplemente, editora de periodismo; algo que llama, repetimos, poderosamente la atención en ella (que no es lo que se
puede decir una profesional , stricto
sensu,de la literatura) es su excepcional capacidad para decir, y decir
bien, las cuestiones que atañen al arte, a la expresividad, como cuando escribe: “Escucha..” y dice, acercándose, así, a lo inefable: “Tanto jugar
con las palabras,/ tanto decir con la
mirada,/ la palabra/ y la risa/ aquellas frases, con sin sentido,/ con los
poetas,/ para armarlas y amarlas,/ dentro/ y también fuera. Para lo que
fuera./ Y qué importaba!// Pero ahora, las frases se esconden,/ detrás del ruido,/ ese trueno serpenteado por la risa,/ sin
sospecha,/ del que sabe escuchar tu
silencio”.
Este, asimismo, es, por cierto, un libro de amor, de ese difícil tema –Rilke lo señalaba al
advertirnos del peligro de escribir versos sobre los sentimientos. Pero lo importante es que, dentro de lo
difícil, es donde se prueba la calidad del artista de la palabra.
Veamos, pues, cómo sale, bien parada, la
expresividad lírico-amorosa de Maruja Valcárcel cuando nos dice, en “Tú”: “Trigo, semilla y pan,/ maná de mis días tristes,/ tú…/
Fuente clara y encantada / de las risas de cristal.// Ave plateada,
tú,// reloj intemporal/ que marca mi
hora exacta,/ tú…/ que a mi piel has vestido de poemas/ y sembrado de
rosas/ mis mejillas,//tú…// Gladiador,
vencedor de mis fantasmas,/ lector de
mis angustias,/ traductor del cuerpo
mío,// noche de Pascua,/ tú… Ven, atraviesa el horizonte/ y encuentra otro, y
otro más…/// Ven, lava mis ojos de toda pena/
y, ya en silencio,/ bebe en mi
copa/ que es tuya sola.”
Arturo Corcuera, Maruja Valcárcel, Harold Alva y Óscar Málaga
Rotundo remate que, por cierto, nos enfrenta con una escritora en la
plenitud de sus facultades, como que aquellos versos no fueron un hallazgo
casual, pues, en “Arquitectura”,
podemos leer: “…Ahora voy a dormirme,/ hermoso y alado hombre,//luego, mañana
armaré/ los versos que hice esta noche/ y, si faltara una estrofa,/ tú ya
sabrás completarla/ con tu cuerpo,/ y con tus versos,/ para nacerme de
nuevo/ como la última vez”.
Hace tiempo que venimos sosteniendo que, la gran
poesía, no solo es una danza de palabras, sino que, ella misma, es un intentar
aprehender el devenir, y que los
elementos del ser y el tiempo, o del ser y la nada, nimban sus esquinas más
conspicuas.
Maruja no es ajena a aquello. Y, en su poema, “Donde vive el tiempo” se halla,
explícito, lo enunciado en el párrafo anterior: “A mí qué me importa el tiempo,/ yo lo encabrito/ conozco de su aliento, yo lo
siento/ en la boca de los músicos.// A mí el tiempo me lleva de la mano/ por
las tabernas/ y lo bebo a sorbos/ en
cada mirada.// A mí el tiempo me regala
madrugadas/ con los dedos entrelazados,/ tamborileando/ sobre la mesa/ un ritmo nuevo/ de risa y de
vergel.// Y me trae de vuelta a la caverna,/ fuerte, desnudo,/ sin temor a la
noche que acicala/ mis cabellos negros,/ porque necesita que yo dance/ sobre
él.// A mí qué me importa el tiempo,/ ese tiempo del que hablan/ los
habitantes/ del alma envejecida,/ enmohecida.// Yo hablo del otro…//Ese tiempo
me busca con la mirada,/ cada día,/ cada noche/ y me enseña / cómo tomarme un
vodka eterno,/ con la vida ovillada/ entre
sus brazos.// Quién será que lo puso allí…/ cómo será que de pronto/
apareció/ con su guitarra,/ el tiempo…”
Pero una relevante poesía, igualmente, no puede
fulgir sin hacer una invocación a la ruptura del solipsismo, de la propia torre
de marfil (tentación de tantos poetas), por lo que entendemos perfectamenete
congruente, remarcar nuestro comentario
con la cita, casi íntegra, del texto, “De
Gris y Piel”, cuyos versos finales nos dan la clave de adónde apunta esta
relevante poesía de Maruja Valcárcel: “Un saco a suaves cuadros…/ una corbata,/
la camisa perfecta,/ una bufanda.// No debe el frío de la tarde/ lastimarte,/
por eso yo te abrigo,/ y es
preciso/ que te acerques,/ ya desnudo,/
para encender una hoguera,/ todos, todos,//
porque somos tantos,/ cuando
estamos juntos. (Subrayado nuestro). Y un rasgo que no puede faltar, en todo escritor
de relieve: el humor, y, a veces, en su variante del “noir”.Veamos, para concluir
nuestras abundantes, pero necesarias, citas de las palabras de la autora: en su
sintomático poema “Nada”, escribe,
como versos finales: “Qué será, por qué será que uno termina/ convertido en
minutero,/ siempre,/ del reloj de la
casa/ de enfrente”.