lunes, 24 de marzo de 2014

MARUJA VALCÁRCEL BORDA SUAVEMENTE LA POESÍA



Escribe: Winston Orrillo

Un leve discurrir entre la intensidad, atemperada por el ánimo sutil y la suave intensidad (valga el oxímoron), caracterizan al libro de Maruja Valcárcel, “Bordando suavemente el viento, otro acierto en la multánime publicacion de editorial Summa, que dirige el poeta Harold Alva. 
Subscribo las palabras del buen poeta y crítico, Dimas Arrieta, quien, en su enjundioso prólogo al volumen, señala que  el presente es un “Poemario hecho en el amor y el ardor hacia la vida, con esas lluvias interiores que se convierten en un océano que no moja el cuerpo, pero sí empapa el alma.  Por lo tanto,  manifiesta a un ser humano vivo, bien aferrado a su temple, a su misión, que sabe lo que dice y bien dice, hasta cuando se sumerge en su silencio”.
Y, en efecto, algo de lo que llama la atención, en alguien como Maruja, a quien muchísimos conocen por su denodada labor de lo que en Europa se llama publicística, y aquí es, simplemente, editora de periodismo; algo que llama, repetimos, poderosamente  la atención en ella (que no es lo que se puede decir una profesional , stricto sensu,de la literatura) es su excepcional capacidad para decir, y decir bien, las cuestiones que atañen al arte, a la expresividad,  como cuando escribe: “Escucha..” y dice, acercándose, así, a lo inefable: “Tanto jugar con las palabras,/  tanto decir con la mirada,/ la palabra/ y la risa/ aquellas frases, con sin sentido,/ con los poetas,/ para armarlas y amarlas,/ dentro/ y también fuera. Para lo que fuera./  Y qué importaba!//  Pero ahora, las frases se esconden,/  detrás del ruido,/  ese trueno serpenteado por la risa,/ sin sospecha,/ del que sabe escuchar  tu silencio”.
Este, asimismo, es, por cierto,  un libro de amor,  de ese difícil tema –Rilke lo señalaba al advertirnos del peligro de escribir versos sobre los sentimientos.  Pero lo importante es que, dentro de lo difícil, es donde se prueba la calidad del artista de la palabra.
Veamos, pues, cómo sale, bien parada, la expresividad lírico-amorosa de Maruja Valcárcel cuando nos dice, en “”: “Trigo, semilla y pan,/  maná de mis días tristes,/  tú…/  Fuente clara y encantada / de las risas de cristal.// Ave plateada, tú,// reloj intemporal/  que marca mi hora exacta,/ tú…/ que a mi piel has vestido de poemas/ y sembrado de rosas/  mis mejillas,//tú…// Gladiador, vencedor de mis fantasmas,/  lector de mis angustias,/  traductor del cuerpo mío,// noche de Pascua,/ tú… Ven, atraviesa el horizonte/ y encuentra otro, y otro más…/// Ven, lava mis ojos de toda pena/  y, ya en silencio,/  bebe en mi copa/ que es tuya sola.”

Arturo Corcuera, Maruja Valcárcel, Harold Alva y Óscar Málaga

Rotundo remate que, por cierto, nos enfrenta con una escritora en la plenitud de sus facultades, como que aquellos versos no fueron un hallazgo casual, pues, en “Arquitectura”, podemos leer: “…Ahora voy a dormirme,/ hermoso y alado hombre,//luego, mañana armaré/ los versos que hice esta noche/ y, si faltara una estrofa,/ tú ya sabrás completarla/ con tu cuerpo,/ y con tus versos,/ para nacerme de nuevo/  como la última vez”.
Hace tiempo que venimos sosteniendo que, la gran poesía, no solo es una danza de palabras, sino que, ella misma, es un intentar aprehender el devenir, y  que los elementos del ser y el tiempo, o del ser y la nada, nimban sus esquinas más conspicuas.
Maruja no es ajena a aquello. Y, en su poema, “Donde vive el tiempo” se halla, explícito, lo enunciado en el párrafo anterior: “A mí qué me importa el tiempo,/  yo lo encabrito/ conozco de su aliento, yo lo siento/ en la boca de los músicos.// A mí el tiempo me lleva de la mano/ por las tabernas/  y lo bebo a sorbos/ en cada mirada.// A mí el tiempo me regala  madrugadas/ con los dedos entrelazados,/ tamborileando/  sobre la mesa/ un ritmo nuevo/ de risa y de vergel.// Y me trae de vuelta a la caverna,/ fuerte, desnudo,/ sin temor a la noche que acicala/ mis cabellos negros,/ porque necesita que yo dance/ sobre él.// A mí qué me importa el tiempo,/ ese tiempo del que hablan/ los habitantes/ del alma envejecida,/ enmohecida.// Yo hablo del otro…//Ese tiempo me busca con la mirada,/ cada día,/ cada noche/ y me enseña / cómo tomarme un vodka eterno,/ con la vida ovillada/ entre  sus brazos.// Quién será que lo puso allí…/ cómo será que de pronto/ apareció/ con su guitarra,/ el tiempo…
Pero una relevante poesía, igualmente, no puede fulgir sin hacer una invocación a la ruptura del solipsismo, de la propia torre de marfil (tentación de tantos poetas), por lo que entendemos perfectamenete congruente, remarcar  nuestro comentario con la cita, casi íntegra, del texto, “De Gris y Piel”, cuyos versos finales nos dan la clave de adónde apunta esta relevante poesía de Maruja Valcárcel: “Un saco a suaves cuadros…/ una corbata,/ la camisa perfecta,/ una bufanda.// No debe el frío de la tarde/ lastimarte,/ por eso yo te abrigo,/ y es preciso/   que te acerques,/ ya desnudo,/ para encender una hoguera,/ todos, todos,//   porque somos tantos,/  cuando estamos juntos. (Subrayado nuestro). Y un rasgo que no puede faltar, en todo escritor de relieve: el humor, y, a veces, en su variante del “noir”.Veamos,  para concluir nuestras abundantes, pero necesarias, citas de las palabras de la autora: en su sintomático poema “Nada”, escribe, como versos finales: “Qué será, por qué será que uno termina/ convertido en minutero,/ siempre,/ del reloj de  la casa/ de enfrente”.