domingo, 26 de octubre de 2014

LOS 50 DE EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA



Por: Harold Alva

Tenía 17 años la primera vez que lo vi. Fue en Trujillo, me lo presentó Juan Paredes Carbonell, su antiguo compañero del Grupo Trilce, mi profesor de Lengua II en la facultad de derecho de la UPAO. 

Recuerdo que el Salón Consistorial de la Municipalidad estaba lleno, adentro ya no cabía ni un alma, había gente en los pasillos, en las gradas, en las afueras, daba la impresión de que se trataba de un político, pero no, no se trataba de un político, era el novelista Eduardo González Viaña quien como un político estaba frente a todos pronunciando un conmovedor discurso sobre el porqué de su dedicación a la literatura: “Tengo dos profesiones: una para vivir y otra para soñar, me siento cómodo con la que me convoca para Ustedes, me siento cómodo con esta profesión que me permite vivir para soñar”, se quedó en silencio y de pronto el aplauso estrepitoso de todos los asistentes. 

“Reconozco a Santiago Aguilar, mi hermano, reconozco a Juan, a Manlio, y me dan ganas de romper el protocolo y abrazarlos, pero para qué está hecho el protocolo, porqué me voy a quedar con las ganas de abrazar a mis hermanos, Santiago, Juan, Manlio –caminó hacia ellos-, gracias por estar aquí” y los abrazó emocionado, y lo abrazaron emocionados, y todos volvimos a aplaudir emocionados. 

Ése era el escritor, el hombre, el amigo que destruía el protocolo para sentir el abrazo fraterno de quienes iniciaron con él la travesía hace más de cuarenta años. “Por eso lo quieren”, se escuchó un murmullo, y sí, por eso lo queremos. 

Cómo no valorar ese gesto noble de un hombre que goza de todos los reconocimientos en nivel continental, con una obra que está cada día posicionándose en EEUU, en Europa, en América Latina, y que no ha perdido la humildad de ese muchacho de 17 años que motivado por el sueño de ser escritor se unió al grupo que nucleó el maestro Teodoro Rivero Ayllón en ese Trujillo post Grupo Norte, testigo y casa de varios de los Poetas del Pueblo; cómo no querer y respetar a ese señor que con la misma inquietud del jovencito de Pacasmayo escribe para abrazar a sus amigos.

Lo volví a ver en Lima el 2003 cuando hice el proyecto editorial Perú Lee y con Espinoza fuimos a reunirnos en su casa para invitarlo a que nos apoye con un libro para esa colección en la que cada título se vendería a un Nuevo Sol. 

“¿Cuánto me pagarán por mis derechos?”, preguntó, “el 10% de la edición”, le respondimos. “Y a cuánto venderán cada libro?” Volvió a preguntar. “A un nuevo sol”, respondimos. “Muy bien, entonces no tengo derecho a cobrarles el 10% de la edición, les cobraré un nuevo sol por los derechos de mi libro”, nos dio un fuerte apretón de manos y nos entregó otra lección de desprendimiento por la literatura. 

Le editamos LA MUERTE SE CONFIESA. 

Después volvimos a reunirnos el 2006, previa llamada desde Oregón, cuando me pregunto si podía editarle EL CORRIDO DE DANTE.

Eduardo llegó a Lima un mes después y viajamos a Trujillo para clausurar la Feria Internacional del Libro, su presentación cerró la feria y, nuevamente, fui testigo de cómo el auditorio más grande del recinto (mil personas) estaba otra vez lleno para escuchar a ese escritor de oratoria de político.

Eduardo González Viaña con su mamá y hermanas.

Tal vez Eduardo no se ha dado cuenta que su confianza hacia mi trabajo como editor ha sido importante para que yo emprenda proyectos mayores, el hecho que a mis 24 años me haya entregado los derechos de su libro de cuentos, que a mis 27 me haya permitido editar EL CORRIDO DE DANTE, la novela más desgarradora sobre los migrantes en los EEUU, y que después, a mis 29 me haya permitido volver a publicarle un tercer libro: EL AMOR DE CARMELA, me blindó de esa seguridad que los hombres que nos dedicamos a la edición, necesitamos para persistir, porque la persistencia funciona cuando sabemos que hay un norte, cuando sentimos que contamos con el respaldo de nuestros autores y Eduardo González Viaña ha sido un autor fundamental para que yo me haya atrevido a iniciar empresas en las que el temor al riesgo se haya disipado por el solo hecho de la fe y de la convicción de que la nuestra es también una profesión para los sueños.

Sin proponérmelo, me he convertido en un editor de escritores nómades, en un editor que sin marcar alguna característica de autor, tenga un sello en el que la mayoría de sus escritores son peruanos que viven desplazándose por el mundo: Jorge Nájar (El Alucinado y El árbol de Sodoma), José Rosas Ribeyro (No recomendado para señoritas), ambos radicados en Paris; Óscar Málaga (La ópera de Dulce Diamante), que vive en Nueva Zelanda; Miguel Ángel Zapata (Imágenes los juegos), el poeta que vive en Nueva York; Juan Morillo Ganoza (La casa vieja), en Pekín; Roger Santivañez (Santísima Trinidad) radicado en Filadelfia y el propio Eduardo que escribe sobre sobre los latinos, con residencia en Oregón.

Por eso cuando me percaté que este 2014 se cumplían cincuenta años de la edición de LOS PECES MUERTOS, su primer libro de cuentos, no dudé en embarcarme en lo que será la celebración de sus bodas de oro con la literatura, un matrimonio ininterrumpido en el que el autor de La Libertad nos ha demostrado que sí es posible vivir sin claudicar frente a lo que nos apasiona como creadores. 

Una vez más debo confesarle mi gratitud por haberme confiado para esta celebración la publicación de dos de sus más celebradas novelas: SARITA COLONIA VIENE VOLANDO, ese clásico de nuestra literatura gracias al que muchos aprendimos a conocerlo; DON TUNO, EL SEÑOR DE LOS CUERPOS ASTRALES,  ese enigmático documento en el que el autor de Vallejo en los infiernos nos hace un recorrido por ese otro Perú de tradiciones ancestrales en el que la cultura occidental se reduce a un mecanismo de colonización cultural del que debemos liberarnos para entender la plenitud del universo. Y un tercer libro, de cuentos, LOS PECES Y LA VIDA, en el que Eduardo le rinde sus respetos a esa primera colección que fue creciendo a lo largo de su carrera con magistrales relatos como Batalla de Felipe en casa de Palomas, La mujer de la frontera, Siete noches en Californa o Santa Bárbara navega hacia Miami.

Publicarte es un honor, querido Eduardo. 

Considero que la mejor forma de celebrarte estos cincuenta es publicando tu obra, entregándosela a tus nuevos lectores, a esa generación que como yo a mis 17, necesita de lecciones como las que tú, humildemente, nos has venido enseñando a lo largo de todos estos años.

Ya suena la campana, la cita es a las siete.