(En la foto: Carlos Germán Belli, Víctgor Escalante, Arturo Corcuera y Ronald Arquíñigo Vidal. Plaza San Martín, 2016)
Entrevista: Juan Ochoa López
-¿Esta nueva
obra mantiene el estilo que identifica a tu trabajo, es decir, la novela negra
con paisaje de Lima?
En
principio, Lima o Barranco —donde sitúo la novela—, es para el personaje un
estado de ánimo. El estilo o “poética” de la novela responde a una inquietud
personal que me ha acompañado en toda mi obra. No quiero parecer pretencioso,
pero este apego por el estilo marcadamente obscuro se explica por una
percepción personal que tengo sobre la realidad que me ha tocado vivir; su
atmósfera, la impresión que tengo de las relaciones humanas, el insondable
viaje hacia uno mismo, la forma como encaramos la vida ante situaciones un poco
difíciles. En resumen, me interesa mucho el peso decisivo e influyente que
tiene el entorno en el ánimo de los personajes, medir su autoestima y temperamento
de acuerdo a un ambiente, a una atmósfera. Así se justifican el estilo
narrativo y el clima de la novela, se da la mano dando como resultado ese
ambiente neblinoso que es la impresión romántica que tengo de Lima.
- Háblanos más
de “Phoebe”, la protagonista que se “evade” en esta trama.
Phoebe
es el amor en abstracto, es una entelequia. Un sueño apremiante, un deseo
irresistible, como también un anhelo persistente. Para el personaje Sergio
Vidal, Phoebe, su mujer, encarna el amor hecho materia, pero como todo hecho
esplendoroso para una persona insegura, Phoebe es también el equivalente de confusión:
es mucho más joven, es muy hermosa, es una artista íntegra, en cambio él, es un
escritor ensimismado en su mundo, es mucho mayor que ella —tanto que se
considera un viejo—, su temperamento es gris, permanentemente vive el pasado y
recuerda, se considera un tipo sin virtudes y por su condición paranoica no
acepta el deslumbramiento del amor en su capacidad sensible, carente de
aprecio. Quien se evade siempre es Sergio Vidal, mientras Phoebe está ahí,
esperando atención, esperando ser amada. Al final hay una intención, un amague
de Phoebe por evadirse, pero más que una evasión, es un reclamo a la evasión de
Sergio, a su vida dubitativa, a sus neurosis y su frecuente y absurdo recurso
de vivir evasivo.
- Coméntanos sobre la exigencia intelectual que
afronta un escritor para ejecutar su novelística, teniendo en cuenta que tú
también has escrito cuentos breves.
La
novela exige una distancia que el cuento no te exige necesariamente. Esta
novela la escribí en Buenos Aires, en un taller de narrativa donde acudían todo
tipo de escritores, aunque muy pocos, realmente, y que me permitió —dicho sea
de paso—una exigencia y disciplina que no creo vuelva a recuperar. Asistía al
taller los días martes a las cinco, llevando cada capítulo de la novela para
ser leído y confrontado, y recuerdo al profesor del taller, un docente porteño
de gran sensibilidad artística y mejor amigo con quien tuve una afinidad
especial desde el inicio, Fernando Daniel Alonso, y a quien dedico esta novela,
de manera que él se convirtió en un auténtico confidente. En otro taller de
narrativa afronté la tarea de escribir varios cuentos por semana de acuerdo a
las pautas que nos decía, en este caso, la profesora del taller, todo esto en
un año febril de escritura. Así escribí muchísimo, sobre todo cuentos. En el
caso de la novela, esta reposó durante mucho tiempo, exigiéndome volver a
revisarla una y otra vez, me obstiné tanto en esta empeño que llegué a
memorizar páginas enteras y a recitarla mientras la leía, un trabajo agotador
desde luego, no así los cuentos que en casi dos años a mi regreso, fueron
reunidos en dos libros. La novela reposó estoicamente, mientras la revisaba y
corregía hasta que tomó el cuerpo que tiene ahora.
- ¿Por qué
eliges siempre personajes conflictuados, marginales, neuróticos, en escenarios
sórdidos y asfixiantes?
Los
personajes me acechan. Siento que ellos pasan bajo mi ventana exigiendo que les
dé una tribuna que les es esquiva. Es como un bullicio que me llega a molestar y
que tengo que atender para calmar ciertos desasosiegos. Estos personajes han
encontrado en mí al narrador para hacerlo y me muestran sus diatribas y
obsesiones. Como un paseador de perros —en el caso mío, un paseador de perros
rabiosos, excitados—, tengo que sacarlos a pasear para poner un poco en orden la
casa. No son pocos los que me han dicho esto, algunos incluso han definido a
mis libros como “tristes”, pero no creo que haya tristeza, sino una exploración
a las distintas formas de soledades que vive el Hombre contemporáneo.
-¿Algún próximo
proyecto literario?
Durante
mucho tiempo hice mía esa expresión del novelista chileno Jorge Edwards de que
las novelas no se cuentan, sino se escriben. Pero ya a estas alturas del
partido, siento que los libros que escribimos también merecen contarse para
respirar un poco luego de nadar compulsivamente durante mucho tiempo. Ahora
tengo en proyecto dos libros de cuentos que espero salgan juntos, pero no
escribo mucho, o en todo caso corrijo más: un diario de mi estadía en Buenos
Aires, un libro de párrafos breves y poéticos sobre San Telmo, el barrio
tradicional porteño; una novela breve y dos cuentarios más, además de otros
libros que deseo publicar poco a poco para quitarme ese peso de encima que
llevo en la espalda.