domingo, 28 de abril de 2019

Ronald Arquíñigo Vidal y "La ausencia de Phoebe"

(En la foto: Carlos Germán Belli, Víctgor Escalante, Arturo Corcuera y Ronald Arquíñigo Vidal. Plaza San Martín, 2016)

Entrevista: Juan Ochoa López

-¿Esta nueva obra mantiene el estilo que identifica a tu trabajo, es decir, la novela negra con paisaje de Lima?

En principio, Lima o Barranco —donde sitúo la novela—, es para el personaje un estado de ánimo. El estilo o “poética” de la novela responde a una inquietud personal que me ha acompañado en toda mi obra. No quiero parecer pretencioso, pero este apego por el estilo marcadamente obscuro se explica por una percepción personal que tengo sobre la realidad que me ha tocado vivir; su atmósfera, la impresión que tengo de las relaciones humanas, el insondable viaje hacia uno mismo, la forma como encaramos la vida ante situaciones un poco difíciles. En resumen, me interesa mucho el peso decisivo e influyente que tiene el entorno en el ánimo de los personajes, medir su autoestima y temperamento de acuerdo a un ambiente, a una atmósfera. Así se justifican el estilo narrativo y el clima de la novela, se da la mano dando como resultado ese ambiente neblinoso que es la impresión romántica que tengo de Lima.

- Háblanos más de “Phoebe”, la protagonista que se “evade” en esta trama.

Phoebe es el amor en abstracto, es una entelequia. Un sueño apremiante, un deseo irresistible, como también un anhelo persistente. Para el personaje Sergio Vidal, Phoebe, su mujer, encarna el amor hecho materia, pero como todo hecho esplendoroso para una persona insegura, Phoebe es también el equivalente de confusión: es mucho más joven, es muy hermosa, es una artista íntegra, en cambio él, es un escritor ensimismado en su mundo, es mucho mayor que ella —tanto que se considera un viejo—, su temperamento es gris, permanentemente vive el pasado y recuerda, se considera un tipo sin virtudes y por su condición paranoica no acepta el deslumbramiento del amor en su capacidad sensible, carente de aprecio. Quien se evade siempre es Sergio Vidal, mientras Phoebe está ahí, esperando atención, esperando ser amada. Al final hay una intención, un amague de Phoebe por evadirse, pero más que una evasión, es un reclamo a la evasión de Sergio, a su vida dubitativa, a sus neurosis y su frecuente y absurdo recurso de vivir evasivo.

-  Coméntanos sobre la exigencia intelectual que afronta un escritor para ejecutar su novelística, teniendo en cuenta que tú también has escrito cuentos breves.


La novela exige una distancia que el cuento no te exige necesariamente. Esta novela la escribí en Buenos Aires, en un taller de narrativa donde acudían todo tipo de escritores, aunque muy pocos, realmente, y que me permitió —dicho sea de paso—una exigencia y disciplina que no creo vuelva a recuperar. Asistía al taller los días martes a las cinco, llevando cada capítulo de la novela para ser leído y confrontado, y recuerdo al profesor del taller, un docente porteño de gran sensibilidad artística y mejor amigo con quien tuve una afinidad especial desde el inicio, Fernando Daniel Alonso, y a quien dedico esta novela, de manera que él se convirtió en un auténtico confidente. En otro taller de narrativa afronté la tarea de escribir varios cuentos por semana de acuerdo a las pautas que nos decía, en este caso, la profesora del taller, todo esto en un año febril de escritura. Así escribí muchísimo, sobre todo cuentos. En el caso de la novela, esta reposó durante mucho tiempo, exigiéndome volver a revisarla una y otra vez, me obstiné tanto en esta empeño que llegué a memorizar páginas enteras y a recitarla mientras la leía, un trabajo agotador desde luego, no así los cuentos que en casi dos años a mi regreso, fueron reunidos en dos libros. La novela reposó estoicamente, mientras la revisaba y corregía hasta que tomó el cuerpo que tiene ahora.

- ¿Por qué eliges siempre personajes conflictuados, marginales, neuróticos, en escenarios sórdidos y asfixiantes?

Los personajes me acechan. Siento que ellos pasan bajo mi ventana exigiendo que les dé una tribuna que les es esquiva. Es como un bullicio que me llega a molestar y que tengo que atender para calmar ciertos desasosiegos. Estos personajes han encontrado en mí al narrador para hacerlo y me muestran sus diatribas y obsesiones. Como un paseador de perros —en el caso mío, un paseador de perros rabiosos, excitados—, tengo que sacarlos a pasear para poner un poco en orden la casa. No son pocos los que me han dicho esto, algunos incluso han definido a mis libros como “tristes”, pero no creo que haya tristeza, sino una exploración a las distintas formas de soledades que vive el Hombre contemporáneo.

-¿Algún próximo proyecto literario?    

Durante mucho tiempo hice mía esa expresión del novelista chileno Jorge Edwards de que las novelas no se cuentan, sino se escriben. Pero ya a estas alturas del partido, siento que los libros que escribimos también merecen contarse para respirar un poco luego de nadar compulsivamente durante mucho tiempo. Ahora tengo en proyecto dos libros de cuentos que espero salgan juntos, pero no escribo mucho, o en todo caso corrijo más: un diario de mi estadía en Buenos Aires, un libro de párrafos breves y poéticos sobre San Telmo, el barrio tradicional porteño; una novela breve y dos cuentarios más, además de otros libros que deseo publicar poco a poco para quitarme ese peso de encima que llevo en la espalda.

 “En ausencia de Phoebe” es la segunda novela de Ronald Arquíñigo Vidal. Publicada por Editorial Summa.