Intento escribir. El MSN ahora no es una buena compañía. Debería cerrarlo. No sé por qué motivo lo tengo complicándome con sus ventanitas que pintan de naranja, anunciándome que veinte sujetos me escriben, que están allí, que me están diciendo algo. Ahora lo comparo a mi casi nulo uso de autobuses. Detesto subir a los micros, me jode sentarme sobre un asiento donde estuvieron sentados decenas de culos desconocidos. Cuando he subido a un bus he preferido ir de pie así hayan asientos desocupados, pero igual es la misma huevada, los tubos de donde te sujetas generalmente están húmedos, pegajosos, entonces calculo cuántas manos estuvieron sudando sobre ellos y otra vez llegan las náuseas, pago mi luca, le pido al conductor detenerse y bajo tosiendo. Es un verdadero problema llegar a los 30 sin auto. (Este año, Harold, este año). Anoche estaba en casa de un muy buen amigo mío a quien asesoro en algunos temas, salí a la av. Primavera, pude tomar mi taxi, pero por esas extrañas razones, muy de poetas, preferí caminar encendiendo algunos cigarros. Crucé Velazco Astete. Llegué a Caminos del Inca, casi me meto al Centro Comercial, preferí no distraer los pasos, había un poema colonizando mi cabeza, no podía perderlo, encendí otro cigarro y continué la marcha. Mi poema se hacía más intenso. Volteo a la izquierda y ya estaba frente a Neoplásicas. Pregunto la hora, detesto también los relojes, no utilizo uno desde hace más de cuatro años. Odio los celulares, además. Iban a ser las 11 de la noche. No era mi intención llegar a casa, cruzo la avenida, ya estaba en Angamos, y como para hacerla larga me subo a uno de esos buses de color anaranjado que cruzan por Jesús María. El bus estaba casi vacío, me instalo en el asiento más frío. Abro ARENA, los originales inéditos de María Eugenia López, la poeta argentina a quien estoy editando e intento olvidar que voy dentro de la bestia escarlata. El bus ingresa por Tomás Marsano y se llena, de pronto lo invadieron decenas de mocosos que hacían una bulla de mierda. Un coro de "pe" "pe" "pe" que sonaba como un chillido estridente. Iba a bajarme cuando desde un parlante: "avancen al fondo, avancen al fondo, despacio a avancen al fondo". Carcajadas totales. Estas anécdotas solo se viven en Lima: ¿Dónde diablos ibas a imaginar que, el conductor, tenía un micrófono para ordenar a los pasajeros, sin gastar la garganta de su cobrador? Me sumé a las risas y permanecí adentro hasta que llegué a Javier Prado con Petit Thouars. Tampoco era para soportar tanto. Salgo a la av. Arequipa, prendo otro cigarro. Meto las manos a los bolsillos.
Continué hacia Jesús María.
Continué hacia Jesús María.