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Suele pasarme a veces: cuando ocurre algún acontecimiento que me pone alegre o depre y me bloquea, yo me bloqueo por alegría o por tristeza, acudo a un tema que siempre me abre la cabeza, suelta mis dedos sobre el teclado o me impulsa a la prudencia y a la construcción de proyectos o a la convocatoria de reuniones para no detener el rol que debo cumplir como el fantasma que soy y que espero se quede entre estos muros durante algunos años: la partitura de Nino Rota para El Padrino. Escúchenlo, escúchenlo a todo volumen, tiemblen como yo tiemblo con esta melodía, con este endemoniado lenguaje que hace que mi cerebro estalle y vibre, que me pone de pie y hace que levante las manos como si se tratase de una danza extraña, de un baile autómata que me deja sordo para el resto, mudo para el resto, escucho a Nino Rota y algo muere conmigo, o nace, olvido si es por alegría o por tristeza y otra vez lo escucho: regreso a ser el hombre que espera atento los ojos en los que seguro he de encontrarme.
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