lunes, 14 de septiembre de 2009

MARCO ANTONIO CORCUERA: permíteme que, en silencio, siga buscando tus consejos

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Gracias a él descubrí a Góngora y Quevedo. Recuerdo que con Kike Robles, mi primer hermano en la poesía, lo visitábamos casi todas las semanas. Me parece mentira que se haya ido. Cuando el poeta Alberto Alarcón, vía correo electrónico me informó sobre su partida, no pude sino guardar silencio y esperar que el dolor se instale para poder redactar estas palabras.
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Yo crecí leyendo y admirando a Javier Heraud, a César Calvo, a Luís Hernández, cuando llegué a Trujillo y me enteré que Juan Paredes Carbonell sería mi profesor, yo sentí que no sería tan grave soportar la carrera que me eligieron mis padres, JPC había obtenido una mención honrosa en el Primer Concurso El Poeta Joven del Perú, la mítica convocatoria cuyo último Poeta Joven fue el también virtuoso narrador Selenco Vega Jácome.
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Cuando llegué a Trujillo tenía 16 años, lo primero que hice fue buscar en las páginas blancas a Marco Antonio Corcuera, el legendario fundador de los Cuadernos Trimestrales de Poesía, apunté su teléfono y la dirección de su casa en Santa Inés. Yo estaba decidido a iniciar una vida de poeta, y por supuesto tenía que conocer a los referentes históricos con quienes maduré, leyéndolos.
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Marco Antonio me recibió con su gesto patriarcal y me invitó a la biblioteca de su segundo piso, allí me habló con entusiasmo sobre el siglo de oro español, su predilección por el verso clásico, me obsequió su último libro: SONETOS TRANSITIVOS. “Escribe, por lo menos, una línea al día: para un poeta no solo es suficiente su talento”, fue su primer consejo. Desde entonces no he dejado de escribir un solo día, convertí en mi máxima esos términos. Cuando un año y medio después fundamos Triángulo4, con Kike Robles y Sarah Vásquez, nos convertimos en sus más devotos visitantes.
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Pienso que no tan indirectamente el aura de los Cuadernos Trimestrales acompañaron mi aprendizaje no solo literario; en la universidad, Marco Torres, hijo de Wilfredo Torres Ortega, fundador también de los cuadernos, fue mi profesor de Derecho Penal, Horacio Alva, el histórico poeta trujillano, era primo de mi abuelo. Y, Calvo, Luís Hernández, Cillóniz, Watanabe, Luis Eduardo, Novoa y Hulerig han sido escritores a los que definitivamente les debo mi persistencia en el oficio.
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Ahora, sin embargo, Marco Antonio se ha ido. Partió en la desconocida barca. La última vez que lo vi fue hace nueve años, yo ya estaba instalado en Lima y mis viajes a Trujillo, perdieron su frecuencia. Sabía de él por Arturo, su hermano, por quien guardo el mayor de los respetos. Y hoy, que sé lo que significa perder a un ser valioso, no he logrado calmar esta tristeza por el hombre que le dio a Trujillo esa virtud de ciudad culta, Marco Antonio Corcuera era su espíritu, su voz.
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Su ausencia nos deja un vacío enorme. Por eso esta madrugada regreso a sus sonetos, porque él sí tiene mucho que decir en nombre de la poesía, porque estas palabras no son suficientes para aniquilar el nudo que permanece en mi garganta, porque me repito que no se ha ido, que no se ha ido, que no se ha ido.
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Ahora que descansas, Maestro, permíteme que en silencio, siga buscando tus consejos.
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