Escribe: Blanca Estela Bisset
Una de las pocas cosas buenas que
tiene este fenómeno nuestro de la globalización, es que podemos acceder a mundos que antes nos
estaban vedados, a personas distantes, a culturas antes inaccesibles. Así,
pues, por mi parte abuso de este beneficio y disfruto del errático
descubrimiento de libros, autores, experiencias, sensaciones, casi todas
virtuales, pero no por eso menos ciertas y presentes. Hace apenas un día llegó a mis manos este libro
épico, monumental, asombroso. “Vallejo en los infiernos” Una biografia casi
novelada del amado poeta ausente, aquel que se nos murió en París, un jueves de
aguacero. Antes de ésta, leí con avidez y gratitud, dos biografías, una de
Espejo Asturrizaga y otra de Córdoba. Ambas eran un encomiable intento, pero
desde mi humilde opinión, faltó la perspectiva del tiempo y la cercanía
afectiva de ambos con el poeta, restó rigor objetivo a sus escritos.
Hasta que llegamos a esta ambiciosa empresa del
escritor Gonzalez Viaña. La primera cosa que debe decirse sobre la obra es
que no permite respiro. Tal vez sea el poeta, quien atrapa, o el biógrafo, pero
desde que se abre la incitante cubierta con el aliento contenido, no se puede
sino llegar hasta la última letra; y llorar, de gratitud, de admiración, del
bendito estado de gracia que producen las obras maestras. Escribo esta poca
cosa, insomne, hambrienta y agotada, pero con el inmenso gozo de haber
penetrado un arcano.
Vallejo fue encarcelado en Trujillo bajo la acusación de haber
participado en un oscuro pero sangriento incidente ocurrido en su localidad
natal de Santiago de Chuco. Las circunstancias que rodearon el suceso (Vallejo
había pronunciado allí unos días antes una conferencia en la que defendió
apasionadamente a los campesinos pobres y atacó con idéntica pasión a las
instituciones que permitían impunemente los abusos a los poderosos), o las
razones que adujeron las autoridades para acusar y encarcelar al poeta nunca
quedaron del todo claras. Aunque también es posible que tales razones
carecieran de importancia y lo único relevante fuera que Vallejo se había
creado unos enemigos muy poderosos y capaces de recurrir a la compra de jueces y
testigos o a un monumental fraude procesal.
El propio director de la prisión, impresionado por el
aspecto del preso que acaban de poner bajo su custodia se asombra del poder y
la mala fe de unos enemigos que además de encarcelarlo han presionado para que
sea llevado al ala más peligrosa y temida de la prisión, al infierno. El
término guarda analogía con el misticismo omnipresente en la obra del poeta, y
sus antecedentes de aspirante a clérigo. Para nada es casual esa elección.
González Viaña – casi camarada del poeta en su calvario – elije la expresión
dantesca, sólo después de haber sopesado cuidadosamente la dimensión de su
significado.
Gracias a una campaña popular que puso en pie de
guerra a los sectores más combativos del país, las autoridades no se atrevieron
a mantener en tan espantosas condiciones a su preso más conocido y en marzo de
1921 (es decir, más de cien días después de su ingreso en prisión) aceptaron
concederle una suerte de libertad condicional que no le exoneró de las
acusaciones, pues la idea era seguir más adelante la causa judicial abierta
contra él.
Ese es el comienzo del exilio parisino de Vallejo, que alternará con
residencias temporarias en España. Nunca más pudo regresar a su país, tal como
lo profetizó en su “Piedra negra, sobre piedra blanca””. Las algo más de
quinientas páginas se leen con avidez sedienta. Ahí está presente el poeta en
su pequeña vida cotidiana. Produce la extraña sensación de que González Viaña
formó parte de esa familia torturada y heroica; que estuvo ahí, aliviando
penas, enjugando llantos. Hermano de César en la cárcel de Trujillo. Mi segunda
conclusión, es que luego de la lectura de “Vallejo en los infiernos” debo
releer toda la obra vallejiana. No serán los mismos ojos, quienes lean
“Trilce”, ahora que lo sé todo. Ahora que el poeta me abrió su alma
atormentada, y que yo también – de algún modo – descendí con él a ese abismo.
Nuevos serán también sentimientos y sensaciones al leer “Poemas humanos” o “La
cena miserable”.
Para la última de mis conclusiones, invocaré a un
notable. Dijo alguna vez, León Tolstoi: “Siento que no debo escribir, cada vez
que veo a otros, hacerlo mejor de lo que yo pueda quizá hacerlo nunca”. Y es
que me deslumbra la prosa elegante y a la vez coloquial, asequible, pero
erudita. El señor González Viaña - me temo – ha desalentado para siempre mis
pretensiones de escritora. Destino será el mío, de seguir leyendo, sus obras y
las otras que me lleguen.
Vallejo es y será por siempre mi preferido. Por la
intensa sensibilidad que trasuntan sus poemas, por la fuerza expresiva de su
palabra, tremolando cual bandera. Porque es un símbolo, no del Perú, ni tan
siquiera de la América Latina. Es emblema de una humanidad que no se resigna,
combativa, comprometida, heroica. Esta obra sobre su vida, es tal vez el más
digno homenaje que se haya hecho a su epopeya. Feliz de mí, de haber podido ser
testigo.
Gracias Eduardo González Viaña por “Vallejo en los infiernos”,
gracias Perú, por César Abraham Vallejo Mendoza.