lunes, 7 de abril de 2014

“Para ser poeta, hay que haber vivido en el infierno”: reseña de libro “Vallejo en los infiernos” de Eduardo González Viaña


Escribe: Blanca Estela Bisset

Una de las pocas cosas buenas que tiene este fenómeno nuestro de la globalización, es que podemos acceder a mundos que antes nos estaban vedados, a personas distantes, a culturas antes inaccesibles. Así, pues, por mi parte abuso de este beneficio y disfruto del errático descubrimiento de libros, autores, experiencias, sensaciones, casi todas virtuales, pero no por eso menos ciertas y presentes. Hace apenas un día llegó a mis manos este libro épico, monumental, asombroso. “Vallejo en los infiernos” Una biografia casi novelada del amado poeta ausente, aquel que se nos murió en París, un jueves de aguacero. Antes de ésta, leí con avidez y gratitud, dos biografías, una de Espejo Asturrizaga y otra de Córdoba. Ambas eran un encomiable intento, pero desde mi humilde opinión, faltó la perspectiva del tiempo y la cercanía afectiva de ambos con el poeta, restó rigor objetivo a sus escritos. 
Hasta que llegamos a esta ambiciosa empresa del escritor Gonzalez Viaña. La primera cosa que debe decirse sobre la obra es que no permite respiro. Tal vez sea el poeta, quien atrapa, o el biógrafo, pero desde que se abre la incitante cubierta con el aliento contenido, no se puede sino llegar hasta la última letra; y llorar, de gratitud, de admiración, del bendito estado de gracia que producen las obras maestras. Escribo esta poca cosa, insomne, hambrienta y agotada, pero con el inmenso gozo de haber penetrado un arcano.


Vallejo fue encarcelado en Trujillo bajo la acusación de haber participado en un oscuro pero sangriento incidente ocurrido en su localidad natal de Santiago de Chuco. Las circunstancias que rodearon el suceso (Vallejo había pronunciado allí unos días antes una conferencia en la que defendió apasionadamente a los campesinos pobres y atacó con idéntica pasión a las instituciones que permitían impunemente los abusos a los poderosos), o las razones que adujeron las autoridades para acusar y encarcelar al poeta nunca quedaron del todo claras. Aunque también es posible que tales razones carecieran de importancia y lo único relevante fuera que Vallejo se había creado unos enemigos muy poderosos y capaces de recurrir a la compra de jueces y testigos o a un monumental fraude procesal.
El propio director de la prisión, impresionado por el aspecto del preso que acaban de poner bajo su custodia se asombra del poder y la mala fe de unos enemigos que además de encarcelarlo han presionado para que sea llevado al ala más peligrosa y temida de la prisión, al infierno. El término guarda analogía con el misticismo omnipresente en la obra del poeta, y sus antecedentes de aspirante a clérigo. Para nada es casual esa elección. González Viaña – casi camarada del poeta en su calvario – elije la expresión dantesca, sólo después de haber sopesado cuidadosamente la dimensión de su significado.
Gracias a una campaña popular que puso en pie de guerra a los sectores más combativos del país, las autoridades no se atrevieron a mantener en tan espantosas condiciones a su preso más conocido y en marzo de 1921 (es decir, más de cien días después de su ingreso en prisión) aceptaron concederle una suerte de libertad condicional que no le exoneró de las acusaciones, pues la idea era seguir más adelante la causa judicial abierta contra él.


Ese es el comienzo del exilio parisino de Vallejo, que alternará con residencias temporarias en España. Nunca más pudo regresar a su país, tal como lo profetizó en su “Piedra negra, sobre piedra blanca””. Las algo más de quinientas páginas se leen con avidez sedienta. Ahí está presente el poeta en su pequeña vida cotidiana. Produce la extraña sensación de que González Viaña formó parte de esa familia torturada y heroica; que estuvo ahí, aliviando penas, enjugando llantos. Hermano de César en la cárcel de Trujillo. Mi segunda conclusión, es que luego de la lectura de “Vallejo en los infiernos” debo releer toda la obra vallejiana. No serán los mismos ojos, quienes lean “Trilce”, ahora que lo sé todo. Ahora que el poeta me abrió su alma atormentada, y que yo también – de algún modo – descendí con él a ese abismo. Nuevos serán también sentimientos y sensaciones al leer “Poemas humanos” o “La cena miserable”.
Para la última de mis conclusiones, invocaré a un notable. Dijo alguna vez, León Tolstoi: “Siento que no debo escribir, cada vez que veo a otros, hacerlo mejor de lo que yo pueda quizá hacerlo nunca”. Y es que me deslumbra la prosa elegante y a la vez coloquial, asequible, pero erudita. El señor González Viaña - me temo – ha desalentado para siempre mis pretensiones de escritora. Destino será el mío, de seguir leyendo, sus obras y las otras que me lleguen.
Vallejo es y será por siempre mi preferido. Por la intensa sensibilidad que trasuntan sus poemas, por la fuerza expresiva de su palabra, tremolando cual bandera. Porque es un símbolo, no del Perú, ni tan siquiera de la América Latina. Es emblema de una humanidad que no se resigna, combativa, comprometida, heroica. Esta obra sobre su vida, es tal vez el más digno homenaje que se haya hecho a su epopeya. Feliz de mí, de haber podido ser testigo. 
Gracias Eduardo González Viaña por “Vallejo en los infiernos”, gracias Perú, por César Abraham Vallejo Mendoza.