sábado, 24 de octubre de 2015

EL ESCRITOR NOVEL


Cuando Arthur Rimbaud publicó “Una temporada en el infierno” a sus 19 años, pocos imaginaron que con ese libro la literatura mundial asistía a una de sus cimas. Nos sucedió a nosotros cuando a inicios del novecientos un delgado joven barranquino publicó una extraña obra: “La casa de cartón”, a la que escritores consagrados como José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez le dedicaron acertados textos laudatorios y le sucedió a Trujillo cuando, después de décadas, un inquieto adolescente, Lizardo Cruzado (se autoproclamó padre del “realismo chistoso”), publicó “Este es mi cuerpo”, un poemario irreverente que marcó un hito en la poesía trujillana. Posteriormente o no volvieron a publicar o publicaron obras de diferente calibre. El riesgo, la aventura de decir sin restricciones, la belleza de lo espontáneo, nos demostraron que para escribir no se necesitan demasiados años; Andrés Caicedo, el colombiano, fue más radical. Escribo esto ahora que he culminado de leer “El Heliogábalo”, ópera prima del novísimo Esteban Vega Landa quien edificó Ciudad Central, un espacio intemporal para que sus personajes se desaten con las características de quienes sobreviven un mundo apocalíptico como símil de esta democracia, de esta república que asimilamos con la conformidad de quien es consciente de las limitaciones de una raza que involuciona con la convicción del suicida que sabe que más allá del precipicio está la nada, y persiste. Esteban Vega Landa ha tejido una estructura del desastre que pasa por la destrucción psicológica de sus personajes (Antonio, Edward, Ludovico, Apaza), hasta entregarnos un documento que calza bien con la personalidad del Heliogábalo imperial que sucumbió a las bajas pasiones que terminaron por complotar su asesinato. Pienso en Vega Landa y no puedo dejar de asociarlo con aquellos referentes que no escribieron obras para el entretenimiento sino para recordarnos que la literatura vence cuando es visceral, cruda y contundente.