domingo, 5 de julio de 2015

FALLA, el precursor.


En Ricardo Falla la década del setenta tiene un devoto militante. Hace más de cuarenta años nucleó a un grupo de poetas con quienes formó Gleba: reunió a Manuel Morales, a Jorge Pimentel, antes del nacimiento de Hora Zero. Después fundó Nueva Humanidad y el cartel de arte y literatura Carta Abierta. Su generación, una juventud que creció con el clamor de los estudiantes de mayo del 68, la muerte del Che, la matanza de los estudiantes de Tlatelolco y el fortalecimiento de las izquierdas, es la generación de la ruptura, de los manifiestos; cuyo vuelo aún hace piruetas en el cielo latinoamericano incitándolo a subvertir la forma que ha hecho de nuestra época una montaña de libros que ha olvidado el corazón en alguna parte. Por eso entendemos por qué después de publicar cuatro libros de poesía se haya retirado, no a sus cuarteles de invierno, sino a formar ciudadanos comprometidos con el futuro de este país a quien le hace falta peruanos que honren a sus maestros. Falla, sin abandonar la poesía, se dedicó a la docencia, a la investigación, al perfeccionamiento del hombre que nos ha entregado enjundiosos estudios sobre su proceso. Un poeta necesitaría negarse para intentar apagar la llama que lo clasifica como tal y, a pesar del silencio, siempre retorna al lugar de donde jamás debió partir y vuelve a la cosa pública con músculos en sus palabras, con fibra para golpear, para contagiar a quienes no dejaron de esperarlo y, después de publicar en revistas, regresó con Interludios, un libro en el que no solo nos reconcilió con el poeta precursor de una generación sino con el hombre que estuvo a solas golpeando como un pugilista el enorme saco de sus emociones para, otra vez, caminar, con la misma vocación, entre nosotros.
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(Artículo publicado en Expreso el 28 de junio del 2015)
Foto: Sonia Luz Carrillo.