viernes, 10 de julio de 2015

RÉQUIEM PARA ANTONIO CISNEROS



En el local fuimos doce o trece quienes escuchamos a los representantes de la generación del sesenta. Marco Martos leyó poemas de “El mar de las tinieblas”, Rodolfo Hinostroza “Los huesos de mi padre” y, mientras leían, Antonio Cisneros los miraba con ternura, los observó con ese gesto de quien se entusiasma por la potencia de sus amigos. Esa noche entendí que en Lima los poetas estaban más cerca de lo que uno imaginaba. Barranco, 1999. Afuera, el boulevard empezó a congestionarse y, adentro, todo el bar estuvo en silencio preparado para escuchar “Un puerto en el Pacífico” y los “Réquiems” de Cisneros. “Un perro. Un prado. Un perro negro sobre un gran prado verde. ¿Es posible que en un país como éste aún exista un perro negro sobre un gran prado verde?” De pronto una voz disidente increpó algo que solo entendió Antonio. El poeta le ordenó al mozo que lo retiren del local, “sáquenlo, yo pago su cuenta: sáquenlo”. El sujeto siguió murmurando -el público mudo- entonces Toño se puso de pie, se remangó las mangas y le dijo: “Yo, Antonio Cisneros, 57 años, 68 kilos, te doy ahora mismo lo que mereces”. El tipo desapareció. Así era Antonio, un hombre que no se dejaba y que reaccionaba cuando alguien pretendía mancillar su nombre. Lima continúa de luto. Con él se fue uno de nuestros tótems, con él se fue ese registro fundacional que le puso jeans a la poesía peruana; porque si algo le debemos a Toño es haber puesto a la poesía más cerca de nosotros, le dejó crecer la cabellera, le puso camisa de colores, le desanudó las corbatas, le quitó el terno, la hizo más nuestra, más directa, más cercana. Con Antonio Cisneros le perdimos temor y la asimilamos como esa expresión para recuperarnos. Para hoy recuperarlo. 
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(Artículo publicado en Expreso el 10 de julio de 2015)