domingo, 5 de julio de 2015

UNA PUERTA


La literatura es libertad. El creador es un sujeto insatisfecho porque sabe que su razonamiento no basta para traducir con precisión lo que aparece con la fugacidad del relámpago. Pero lo intenta, afina su intuición, le pone atención a sus sentidos, los desarrolla; construye códigos de comunicación para por lo menos acercarse. Apela a su sensibilidad, se apoya en el pincel para inundar el lienzo, se arma de valor frente al caballete y le exige al pulso acercarse a esas apariciones que lo perturban, o se sienta frente al piano para inventarse partituras, o se vale de una guitarra, o de un acordeón o de una flauta; o pretende dibujarlas con el lenguaje y se aventura al poema, al cuento o a la novela y viaja hacia sí mismo: penetra en su fuero interno, se busca o se niega para encontrarse, para mostrarle al mundo su capacidad de médium, de traductor, de intérprete. Crear es una batalla cuerpo a cuerpo con uno mismo. La literatura salva o aniquila, pero transforma siempre. La búsqueda es la no búsqueda, la única preocupación del creador es capturar la imagen para reconstruirse a sí mismo, para que con esa reconstrucción su existencia tenga sentido. La lucha es con el sentido. La pelea es con esa extraña forma de alcanzar la perfección -no de buscarla- porque el creador conoce la perfección, su dilema no es la búsqueda sino la traducción, el cómo interpretarla, cómo darle cuerpo, cómo exteriorizarla. Escribir transforma: el poema o la historia llega como una imagen y la escritura la transforma. Nuestra capacidad de aprehensión no ha logrado alcanzar aún la fugacidad de las imágenes. Esa imposibilidad de no capturarlas es lo que empuja al creador a persistir y a los auténticos los torna inconformes. Crear es una puerta.
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(Artículo publicado en Expreso el 30 de junio de 2015)