“Miro la palabra que se clava con la luz
en la ventana soleada: la palpo con la sombra en el umbral que no se dice”,
reza uno de los versos de Miguel Ángel Zapata, el poeta piurano radicado en
Nueva York, a quien Valparaíso Ediciones (Granada), uno de los sellos españoles
más prestigiosos, le acaba de publicar “Hoy día es otro mundo”. Medito sobre
ese final: “en el umbral que no se dice” y me pregunto por qué un poeta con un
registro verbal tan importante y reconocido por escritores de la talla de José
Emilio Pacheco, Álvaro Mutis y Carlos Germán Belli es tratado con tanta
mezquindad en nuestra aldea: una plataforma ruin donde quienes acapararon los
medios pretenden invisibilizar lo contundente, lo real, lo verdadero. Fue
Javier Sologuren quien publicó el primer libro de Miguel Ángel Zapata en Lima:
“Imágenes los juegos”, un poemario cuya riqueza verbal lo puso muy por encima
de una promoción de escritores que en aquel entonces –la década de los 80-
lidiaban entre la poesía del cuerpo y un coloquialismo decadente que consolidó
un canon (con excepciones como Chirinos, Salazar y Di Paolo) que ha ido
desconfigurándose con el trascurso de los años. Zapata reconfiguró las
propuestas poéticas de aquel entonces y se incorporó a una generación
(latinoamericana) que tiene entre sus principales exponentes a Iván Oñate
(Ecuador), Néstor Perlongher (Argentina), Eduardo Espina (Uruguay) y Marco
Antonio Campos (México). Ése es el contexto de la propuesta escritural de
Zapata, esa es la dimensión que le permite ser considerado más allá de nuestra
periferia como una voz a la que no se puede pasar por alto, a la que hay que
retornar para saber cuáles son las coordenadas de lo que hoy se está
escribiendo. “Hoy día es otro mundo” consolida su poética.
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(Artículo publicado en Expreso el 14 de julio de 2015)