“Una ciudad me abarca los ojos” Escribe Erika Aquino (Piura, 1988) como puerta
del primero de los seis laberintos con los que estructura su propuesta y nos
advierte, como quien nos entrega una generosa ventaja, que lo que sigue es la
construcción de un cuerpo a cuyas extremidades le otorga calles, avenidas,
plazas públicas y bestias. A ella misma que se transfigura en cada poema desde
ese invento de la modernidad al que reconocemos como “amor”. Estamos frente a
un libro como una secuencia de puertas a través de las cuales ingresamos a una
poética del desgarro que nos enfrenta a una tradición (urbana) con la que
resemantiza otra tradición (poesía piurana), que la inserta a una nómina de
poetas que han trascendido sus vínculos e influencias. Que la poesía de Erika Aquino
transgreda su tradición, no es una sorpresa, lo hizo Juan Luis Velásquez
con El perfil de frente en una época cuando la incursión
vanguardista se posicionaba de Lima desde la periferia (Carlos Oquendo de
Amat), lo demostró Marco Martos en un momento cuando el discurso anglosajón se
apoderaba de las formas de los jóvenes poetas de la década del sesenta, asombró
Armando Rojas cuando, desde París, nos pintó sus bosques en perfecto equilibrio
gracias a un discurso que lindaba el viaje onírico de lo surreal con elementos
conceptuales y transgredió Róger Santiváñez durante los ochenta al hacer suyo
un discurso de ruptura que fue más allá de los postulados iconoclastas de Hora
Zero con la posición política de los Kloaca (Por sólo citar a los cuatro de
Piura). Aquino ha desanudado un laberinto: su laberinto de seis puertas.
La destrucción desde un andamiaje luciferino. Lo puntual de esta propuesta es
su vigor, la imaginación y la serenidad con la que nos entrega su violencia. Muy
recomendable.
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(Artículo publicado en Expreso el 4 de julio de 2015)