domingo, 26 de julio de 2015

LA MELODÍA DE UN SALVAJE


Siempre me ha demandado esfuerzo pretender interpretar la poesía de mis maestros. Óscar Málaga es uno de mis primeros maestros. Siempre elegí quedarme en ese estado de shock o deslumbramiento al que me arrojan sus poemas. Algo como quedarme con la imagen de esa pintura a la que no pude mirar fijamente porque sus colores perturbaban en mi memoria o en mi modo de responderle a la vida. Me pasó eso la primera vez que leí un poema de Málaga. Tenía quince años y estaba en el colegio, llevaba el famoso curso de literatura peruana que en aquel entonces todavía me sorprendía por la libertad en el lenguaje de las propuestas de los poetas posteriores a 1920. Habíamos llevado poesía española en tercero y a esa edad resonaban vigentes Lope de Vega, Quevedo, Jiménez, Machado, la generación del 27. Y hasta allí nomás, hasta la generación del 27 donde precisamente nunca llegamos a Poeta en Nueva York sino al Lorca de Romancero Gitano.
En el curso de Literatura Peruana, lo usual era que el profesor compartiese poemas de estructura conservadora, textos “que se puedan leer en el aula”, sin embargo, tuve la fortuna de tener un joven profesor que nos entregó las copias de una antología donde leí por primera vez un poema de Málaga, donde leí por primera vez un verso que hizo que mire más allá de los pocos libros de poesía que escasamente poblaban la biblioteca de casa: “Y tú, déjate de huevadas” decía el verso de Málaga y efectivamente me dejé de huevadas y empecé a seguirle la pista no sólo a él sino a los poetas que arriesgaron todo en su lenguaje con la sola intención de decir la palabra sin maquillajes y sin trampas. Honestos en su sensibilidad, honestos en su discurso.
            Arquitectura de un puente y posteriormente El libro del atolondrado, me reafirmaron a un escritor que siempre tuvo consciencia que la poesía es un sacerdocio que se ejerce con coraje y que la palabra es sólo un instrumento para entregarnos el mundo con la suavidad o la violencia de sus ánimos porque cuando llegue la hora de partir retornará a la orilla. La puerta es de hierro. Y cada charco tiene su propia profundidad. Miles de universos… tal como lo explica en La noche tiene el olor del cuero negro, uno de los poemas de Libro del  atolondrado.
            Óscar Málaga nos pone el mundo a los ojos, nos entrega sobresaltado una preocupación apocalíptica de la poesía. Su poesía es apocalíptica porque él vive contemplando el abismo, porque sabe que más allá del siguiente paso está el abismo, porque para los poetas más allá de cualquier paso sólo está el abismo: La salvaje melodía del aire es la bitácora de un escritor que tiene como personaje a un testigo del abismo.
            Dividido en seis ventanas con dos poemas puerta como advertencia de una sensibilidad natural y que no entiende, acude a la música y la pintura para organizar una cartografía intramuscular para desde allí puntualizar lo que el ojo y su sensibilidad captura. Y lo que captura es el golpe violento de una época terrible donde la poesía le significa todo y es nada. Y elige a Van Gogh y su campo desolado de trigo con cuervos, donde el poema muta en aquellos pájaros que caen como una nube negra porque el universo se le desmorona y no tiene nombres para ponerle a las calles. Entonces el poeta las cruza y luego se detiene para inscribir un registro más allá de la música. Un réquiem para atraparnos y asumir su inmortalidad sobre esta cosa salvaje donde cada mañana descubre que el desierto lo invade. Eso tal vez explica por qué eligió a Gene Vincent para tributarle su concierto: la poesía de un salvaje para cantarle a ese rebelde con una lesión en la pierna. Y retorna al color en su homenaje a Matisse y lo interviene en nueve poemas que bien podrían ser objeto de estudio para desarrollar una investigación de su arte poética.

Todos tenemos derecho
A interrumpir
El avance de un poema.
Detengámonos en el momento
Que la camarera te mira
Y mientras cierras
Tus cuadernos
Donde escribiste toda la tarde,
Ella te sonríe
¿Poeta?
Y tú le sonríes en silencio
Me encanta la poesía
Y huyes
Tranquilo.


 Poetas Luis La Hoz, Óscar Málaga, Miguel Ángel Zapata

Estoy seguro que Óscar Málaga necesitó romper con occidente y acudió a la sabiduría ancestral de los orientales para desde esa calma atreverse a escribir este libro, esta melodía que si bien podemos escucharla como quien escucha atento el blues de una rockola, tiene ese aliento épico de los grandes libros que sólo pudieron escribirse en épocas siniestras. Leo a Óscar Málaga y sólo leyéndolo puedo interpretar el espíritu de una generación que fue el inicio de las propuestas de ruptura que empezaron a consolidarse en los setenta. Aquí no hay conservadurismos, aquí hay un hombre que canta con su voz bronca, aquí hay un poeta que se afirma con la oscuridad de quienes no les importa el rigor estético porque su disciplina radica en otro ritmo que nada exige porque el suyo viene con la estrepitosa carcajada de un mundo que empezó a destruirse en nuestras narices.

La poesía
Está siempre ahí,
Natural,
En el extremo
Más ensangrentado del océano.
Como un acantilado
Exigiendo que te arrojes al vacío.

La salvaje melodía del aire es un libro épico y apocalíptico cuya preocupación es el poema y, en esa preocupación, el amor es el hilo que lo sostiene, sin embargo, la forma de hacerlo explícito no es  a través de palabras edulcoradas, sino a través de una sucesión de imágenes como un diálogo de ciudades, de hábitos, de profundas inquietudes y certezas, aquí está Gene Vincent, Van Gogh, Matisse, el Zambo Tang, el cementerio de Glen Cove, las fosas comunes de Cayara, el templo de San Fen Shan, los bares, las plazas públicas, aquí está Xie Pei y la música salvaje a la que ahora nos retorna, Óscar Málaga, el dulce y sincopado maestro de la más urbana orquesta.